El pasado 21 de Junio se reunió el Grupo de Trabajo del Oso para valorar las ayudas y compensaciones que la DGA ha aprobado este año. Más allá de las discrepancias con las cantidades y los modos de evaluar los daños, los ganaderos estaban molestos con algo cuya negociación se les ha hurtado desde el principio: la política de reintroducción decidida en París. Tarde o temprano los afectados y las instituciones tendrán que hablar de este asunto. Cuando lo hagan, si hacemos caso a lo sucedido en Francia, quizás terminen discutiendo de otro asunto, probablemente más importante y con muchas más implicaciones: qué son y quieren ser los Pirineos. Es lo bueno que tienen los conflictos. Al permitir la aparición y posterior afirmación de nuevos puntos de vistas son generadores de diversidad.

Al otro lado de la cordillera todo empezó con las tentativas llevadas a cabo en los años 80 para concertar una gestión de la población de osos del Béarn. De la virulencia del conflicto pueden dar cuenta los diputados europeos que en 1991 fueron al valle de Aspe para participar en un debate sobre la preservación del plantígrado. Unos cazadores y varios cargos políticos locales los retuvieron durante dos horas y les forzaron a comer hierba. Después de ése y otros episodios, en 1993, los bearneses lograron que les fuera confiada la gestión del oso. Para tal fin se creó en 1994 un sindicato mixto, la Institución Patrimonial del Alto Béarn (IPHB). Sin embargo, esta solución nunca fue bien vista por el Ministerio de Medio Ambiente. Así que el 2005, tras la muerte fortuita de Canelle a manos de un cazador, el ministro de Medio ambiente Lepeltier, más decidido que su antecesora, se lanzó a introducir osos. Eso supuso la muerte de la filosofía del IPHB. Sin embargo, de sus cenizas nació una nueva organización bastante más radical, el ANEM. Es lo bueno que tienen los conflictos. La conciencia adquirida no disminuye sino que suele acrecentarse.

UN SEGUNDO foco de conflicto respecto al oso se encuentra en los Pirineos centrales. Entre 1996 y 1997 se introdujeron dos hembras y un macho eslovenos. La respuesta no se hizo esperar. La primera movilización la impulsó ADIP (Asociación para la Defensa de la Identidad Pirenaica), creada ya a mediados de los 80 por cazadores. Fue reactivada en 1999 por un grupo de ganaderos y electos de la región de Luchon debido a que los osos reintroducidos habían comenzado a desplazarse por distintos valles. Por otro lado, ese mismo año un grupo de ganaderos de Ariège respaldado por algunos políticos locales (entre ellos Agustin Bonrepaux) se opusieron al oso a través de las estructuras departamentales.

A partir del 2000, el conflicto se redimensionó. Los recorridos de un oso subadulto de origen esloveno, Nere, hacia el corazón de los Altos Pirineos desencadenó una fuerte contestación del País de Toy organizada alrededor de alcaldes, como el de Luz-St-Sauveur, algunos cazadores y el sindicato del ovino de Barèges-Gavarnie. Ajeno a los conflictos que su presencia desencadenaba, Nere continuó su marcha y llegó al Alto Béarn. En ese preciso momento los dos focos del conflicto se juntaron. Sin embargo, los movimientos de protesta occidental y oriental partían de experiencias diferentes y recorrían caminos distintos. Bonrepaux, por ejemplo, deseaba conseguir en Ariège una gestión del oso protagonizada por las colectividades del territorio similar a la que ya se había ensayado en Béarn con el IPHB. El rechazo del Ministerio de Medio Ambiente a esta solución hizo que en la primavera de 2001 representantes de los movimientos anti-oso oriental y occidental se unieron en torno a un discurso de oposición común y radical. Fue dado a conocer en marzo del mismo año con la publicación del manifiesto "La cólera de los Pirineos". Para materializar esta unión, se organizaron manifestaciones en toda la cordillera.

Por esas mismas fechas, en la vertiente sur de los Pirineos se gestaba una conciencia similar, en este caso precipitada por los movimientos antipantano. En efecto, el 1 de Mayo de 1999 la ya desaparecida Asociación Río Ara (contraria al embalse de Jánovas) presentó ante la opinión pública el Manifiesto por la Dignidad de la Montaña, suscrito por el resto de asociaciones anti-pantano pirenaicas, además de la práctica totalidad de los ayuntamientos y mancomunidades altoaragonesas. Un año más tarde, el 25 de Octubre del año 2000 el Pirineo aragonés se puso en huelga. Nunca antes había ocurrido algo parecido. Es lo que ocurre con los conflictos. Liberan una energía irrefrenable.

Las idas y venidas de los osos han desencadenado la construcción de una identidad pirenaica en la vertiente norte. La oposición a los embalses ha estimulado una conciencia similar en el sur. ¿Es posible que los dos arrebatos de identidad converjan?. Aunque es imposible saberlo, si sucediera, no sería algo nuevo. En el siglo XVI las guerras de religión forzaron la afirmación de las ancestrales solidaridades entre los valles de uno y otro lado de los Pirineos frente a los enemigos exteriores. Para ello se firmaron dos grandes Passeries que confirmaban la validez de tratados ya documentados en el siglo XII. La de 1513 se firmó en Comminges y reunió a representantes de valles occitanos, catalanes y aragoneses (Benasque, Chistau y Bielsa). Un año más tarde, en 1514, valles más occidentales (Ossau, Aspe, Barétous, Tena, Canfranc, Villanúa, Borau, Aísa, Aragüés, Hecho y Ansó) firmaron un tratado similar.

Conflictos como el del oso generan "crisis" que no sólo hay entender en términos negativos. Para los griegos, además de suponer la quiebra de cierto orden hacía referencia a la (re)aparición de nuevas potencialidades. En los Pirineos, es probable que los osos y los pantanos, del mismo modo que sucedió en otro tiempo con las guerras de religión, hayan permitido el regreso de cierta identidad. Bienvenida sea porque las que tutelan nuestras instituciones unas resultan aburridas y otras antipáticas.

Sociólogo