Parece que José Luis Rodríguez Zapatero viene acompañado de una refrescante brisa de diálogo y consenso, necesario, sin ningún género de dudas, para el complicado momento político presente. Continuar con la radicalización y la crispación vivida durante los últimos años hubiese sido la peor de las recetas posibles. Ahora bien, el talante no es un elixir mágico. Sólo con buen talante no se gobiernan las sociedades. Son precisos el rigor, los proyectos, las ideas, la coherencia, la honestidad y la eficacia en la gestión, aunque debemos reconocer que, en la mayoría de las ocasiones, ya es en sí una poderosa herramienta transformadora.

Diálogo no significa debilidad, sino cierta capacidad de ponerse en la cabeza del otro para intentar comprender mejor sus razones e intereses. De alguna forma, también supone adoptar una cierta postura relativista, esencial para la democracia, según Kelsen, frente al absolutismo de los que siempre creen llevar la total razón en todo.

ZAPATEROdebe demostrar su buen talante no sólo en las formas. Sin embargo, frente a muchas de sus decisiones acertadas, dos de sus determinaciones nos han producido cierta inquietud: la orden de retirada de las tropas de Irak sin debate parlamentario previo y el modo de designación del nuevo fiscal general del Estado. La forma en que las ha tomado y anunciado no está en sintonía con el discurso del talante y el diálogo que abandera. Vayamos por partes.

La democracia española es de baja calidad. Entre sus principales problemas encontramos que no existe separación real de poderes. El único es el de los partidos políticos, que disponen en exclusiva del privilegio de los nombramientos de todos los cargos y órganos del Estado. Así, mediante listas cerradas y bloqueadas, configuran el Legislativo, al que después controlan a través de ese eficaz comisariado político de los grupos parlamentarios. De forma indirecta, los partidos también designan, a través de los diputados que controlan, a los máximos órganos judiciales. Moraleja, que nuestro sistema no tiene contrapeso alguno al poder de los partidos políticos, más allá del que se ejercen unos sobre otros. Y como nadie controla a los partidos, estos funcionan por sus propias dinámicas internas.

El humanista Castiello --que defendió a Servet frente a la sanguinaria persecución de Calvino-- ya advirtió de que la lógica de la victoria suele terminar sustituyendo en los partidos a la lógica de la justicia. Si de verdad Zapatero quiere iniciar el camino hacia la regeneración de nuestra política, debe olvidar el concepto de Estado-botín al que se han acostumbrado los partidos.

Aunque llegue cargado de buenas intenciones, si no hace un gran esfuerzo en controlar las presiones internas pronto caerá también en la lógica de la victoria, en la de colocar a los nuestros para que nos ayuden, en el cargo a cambio de la obediencia.

LA EXPERIENCIAnos dice que bajo el ostentoso título de fiscal general del Estado se encuentra, en verdad, un mero fiscal general del Gobierno que es, en verdad, quien lo nombra y controla. La vergonzosa actuación del último fiscal ha sido un ejemplo de puro servilismo. Una de las peticiones básicas de los que pretenden iniciar algo parecido a una verdadera separación de poderes en España ha sido precisamente el que este fiscal no fuese nombrado por el Gobierno ni por el Parlamento, sino que tuviese una componente de independencia en su determinación.

Pues bien, Zapatero ni siquiera lo ha intentado. Se ha limitado a designar a dedo --como todos sus antecesores-- al nuevo fiscal general del Estado. No estamos ante una simple cuestión de personas. Zapatero criticó al anterior fiscal general y su dependencia del Gobierno. ¿Por qué utiliza ahora los privilegios que la ley le otorga?

Es coherente que el nuevo Gobierno plantee retirar nuestras tropas de Irak. Estaba obligado a ello tanto por su compromiso electoral como por simple sentido común. Zapatero criticó --con toda la razón del mundo-- que Aznar no contara con el Parlamento para meternos en la guerra.

¿Por qué no lo ha hecho él para sacarnos? Ya sabemos que en nuestra democracia tutelada el Parlamento es prescindible. Pero si Rodríguez Zapatero prometió parlamentarismo, al menos debería haber guardado las formas. Esperemos que, finalmente, la lógica de la victoria no termine sustituyendo a la lógica de la justicia.

*Exministro y escritor