Es un lugar común volver la vista a Grecia cuando queremos hablar de democracia. A pesar de sus evidentes limitaciones fruto de la época, como, por poner el ejemplo más evidente, el carácter exclusivamente masculino de la misma, es todavía posible extraer enseñanzas de aquel pasado en el que, por primera vez, una sociedad decide tomar su destino en sus propias manos. Entre los siglos VII y V antes de la era, se produce, especialmente en Atenas, un proceso de democratización que va arrinconando, paso a paso, a la aristocracia, para culminar en la propuesta política de Pericles.

No es casualidad que este proceso de democratización, que va en paralelo con un inusitado desarrollo cultural en todos los ámbitos, del que la filosofía, como ejercicio de racionalidad, es un magnífico ejemplo, se produzca en una sociedad en la que no existía un cuerpo sacerdotal establecido ni un texto sagrado. La ausencia de ambos elementos, lo han subrayado numerosos autores, libra a Grecia de la opresión que las iglesias producen siempre sobre el pensamiento y la política.

ME GUSTARÍA detenerme en dos medidas que se hallaban en vigor en la Atenas del siglo V y que de ser trasladadas a nuestras caducas y anémicas democracias, supondrían toda una revolución. La primera de ellas hace referencia a que las leyes, para su aprobación, deberán ser defendidas ante la asamblea con argumentos veraces; si se descubriera, después de aprobada una ley, que se habían utilizado argumentos falsos en su presentación, la ley sería inmediatamente derogada y el ciudadano que la había defendido, apartado de la política. La segunda prohibía taxativamente, bajo severas penas, la difusión de informaciones falsas que pudieran alterar el conocimiento de la realidad por parte de la ciudadanía.

Resulta casi innecesario comentar ambas medidas, que ponen de manifiesto que, frente a lo que, desde un simplismo interesado, nos venden como democracia, participar cada cierto tiempo en procesos electorales, la democracia es un sistema tremendamente complejo, que debe estar constantemente alerta para evitar su desnaturalización. Me parece muy significativa la preocupación griega por que la acción política de sus ciudadanos no se vea contaminada por falsas informaciones que pudieran condicionar sus juicios. Precisamente en ese campo es en el que nuestras democracias necesitan una profunda revisión, pues la comunicación se halla en manos de las élites económicas, que nos muestran una realidad construida en función de sus intereses, políticos y económicos. Cuando en algunos países, como Ecuador, se aprueba una ley de medios de comunicación se hace, precisamente, en la estela de esa democracia griega con la que nuestras élites se llenan la boca. Aunque, en realidad, su verdadero modelo teórico y político, en Grecia, sea el gran crítico de la democracia: Platón. Y no es casual.

Pero no solo se trata de volver la vista al pasado. El presente también nos coloca a Grecia como posible modelo. Al menos para los que queremos construir una nueva sociedad desde la izquierda y desde posiciones de radicalidad democrática. Grecia nos ha mostrado un modelo de alianza de la izquierda que funciona y que tiene opciones de Gobierno. Las diversas izquierdas de nuestro país no pueden prescindir de ese horizonte. No voy a repetir los contundentes datos que aportaba en estas mismas páginas José Luis Trasobares hace unos días. De su lectura solo podía deducirse una cosa, que diré de modo castizo: es de cajón.

Es hora de política con mayúsculas, de actuar en función de los intereses de la mayoría social, y no de estrechos cálculos electorales. Hay quienes dan saltos de alegría porque a Podemos hay encuestas que le dan un buen puñado de escaños. Diré lo mismo que dije cuando se daban saltos de alegría en Izquierda Unida por lo mismo: maravillosamente inútil. No se trata de crecer, se trata de ganar, y para ello es imprescindible construir algo que a todos y todas nos cobije. Sin atrincherarse en dogmatismos programáticos ni en intransigencias metodológicas. Tenemos los mimbres, nos falta la decisión de construir el cesto. Mucha gente nos está esperando.

Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza