Los políticos protestan por el adorno de cuernos en emblemáticos y monumentales edificios (solamente porque en ellos mora la sede de las Cortes de Aragón) pero no tienen recato alguno en concentrar a sus mesnadas en las plazas de toros para lanzar mensajes y soflamas. En ese coso de la Misericordia, cuya publicidad de lances taurinos hubo de ser maquillada previa ridícula petición de devolución a corrales, toreó el pasado domingo Rodríguez Zapatero (en adelante ZP). El aforo a tope; los hombres de plata mediocres; el sobresaliente Marcelino casi rozando el oro; el maestro ZP dos orejas y rabo, una faena redonda. Los espectadores (fervientes activistas del optimismo) llegaron desde todos los rincones de Aragón con los pañuelos prestos a conceder los máximos trofeos, convencidos de que el maestro estaría a la altura de las circunstancias. Lástima eso de torear ante quienes previamente estaban dispuestos a airear la faena y lanzar olés ante cualquier detalle. Pero quienes vieron ligeras escenas del espectáculo desde las diferentes TVs o en los distintos medios de comunicación sacaron parecidas sensaciones: hay torero, de los buenos, de esos que salen cada veinte años. ZP supo lidiar y vender futuro, fue capaz de transmitir ilusión y optimismo, virtudes de las que los convencidos no osan dudar pero que alcanzan mayor valor cuando penetran las fibras de los escépticos. Con esas artes, esa autenticidad en el manejo de la suerte y ese poderío, las Ventas deberían abrirle a ZP la puerta grande camino de La Moncloa, y si no es ahora será mañana.

*Profesor de Universidad