El Real Zaragoza y José María Movilla despacharon ayer por la mañana en tres minutos el acto de conciliación en el Servicio de Mediación y Arbitraje (SAMA), por supuesto sin acuerdo. Al igual que dos no discuten si uno no quiere, es imposible que dos se pongan de acuerdo cuando nadie pretende hacerlo. El jugador continuará suspendido de empleo y sueldo hasta marzo y, a través de sus abogados, piensa activar la demanda por su sanción. Es decir, juicio. Y el conflicto, en el que están entremezclados aspectos puramente profesionales con otros más personales, el despecho, el orgullo, la honra o la dignidad, seguirá enrocado.

El Real Zaragoza está metido de lleno en los últimos cinco meses de Liga, en los que se juega el ascenso a Primera y, con él, buena parte de su supervivencia económica a medio plazo. Debería ser un momento de consenso y cohesión. No debería ser tiempo para azuzar incendios cuyas llamas pueden acabar quemando terrenos colindantes.

De esta confrontación ninguna de las partes debería sentirse orgullosa. Todos han cometido errores. No hay que volver a recordarlos ni a usarlos como armas arrojadizas. Es el momento de saber situar al Real Zaragoza, no la propiedad que compró Agapito Iglesias, sino la institución, su pasado, su presente y su futuro, el sentimiento zaragocista, por encima de todo. Es hora ya de que las dos partes se sienten una frente a la otra con altura de miras, pensando primero en el bien colectivo y después en sí mismos, olvidando reproches y discrepancias. Es tiempo para la grandeza y la magnanimidad, no para las personas chicas. Es responsabilidad de ambos olvidar el orgullo, que solo hace más pequeño al que lo tiene grande, y alcanzar una solución, un acuerdo, sea el que tenga que ser y como tenga que ser. Para que el equipo trabaje en calma, sin conflictos paralelos, que nada garantiza pero algo quizá ayudaría. No hacerlo será una irresponsabilidad.