Que iba a ser un equipo poco rodado, se sabía. Que no iba a hacer las delicias de sus aficionados, también. En mitad de esa certeza gris en el debut se albergaba la esperanza de descubrir alguna cosa de este Real Zaragoza rebajado de hombres y nombres, quizás la victoria aunque fuera medio regalada. El Las Palmas, un rival trufado de jóvenes y tan inexpertos como valientes jugadores, se la ofreció en bandeja con un autogol y un mal despeje, pero en esa feria de los horrores que resultó este partido, el conjunto de Rubén Baraja, por muy pronto que sea, confirmó que le espera un largo y tortuoso camino. Se dejó empatar en dos ocasiones, la segunda estando en superioridad por expulsión de Lemos, incapaz de contrarrestar el descaro de los aprendices con una pizca de sabiduría, de pausa, de saber estar. Su tranco fue corto, apadrinado por la pesadumbre triangular que forman Atienza, Guitián y Eguaras cuando hay que sacar el balón, al que convierten en un saco de cemento en recados horizontales entre ellos mismos. No ofertó lo más mínimo la escuadra de Baraja que las incursiones de Chavarría y los chispazos aislados y descontrolados de Narváez. Desposeído del esférico de principio a fin, sucumbió a todos sus defectos, y tuvo a favor que los chicos del coro de Pepe Mel no certificaron su superioridad en el área de Cristian. Ni falta que les hizo: dos zambombazos de Lemos y Espiau que pillaron al portero argentino mal colocado fueron suficientes para alcanzar un empate, un premio que merecieron por su exclusiva apuesta por hacer del fútbol algo atractivo.

El campeonato acaba de comenzar. Menos mal. Todavía hay razones para pensar que el Real Zaragoza puede hacer una temporada digna, de transición, sin apuros. Para hacer caja, eso que tanto gusta y se justifica. Nombrar el ascenso, tema tan recurrente en el origen de la competición, es hoy en día una auténtica majadería salvo que proceda el anuncio del área de márketing del club. Fuera de ese contexto publicitario se impone la realidad, dura y áspera, como este equipo sin identidad, ni carácter ni calidad. Estamos ante un conjunto sin madurar en lo colectivo, pero cuyas individualidades no invitan a la mínima esperanza de lograr un bloque distinguido. Con las puertas del mercado abiertas aún, necesita de todo en la cesta de la compra. Un central y un extremo, sí. También otro central, un par de mediocampistas y un delantero más. Reflexionamos, claro está, en clave de utopía, de perfeccionar la chapuza que se viene encima si nadie lo remedia. El trabajo se expondrá como motivo de fe, pero ningún albañil, por muy profesional que sea, pintó la Capilla Sixtina. Ah, y Jannick Buyla no es Guti. Seguramente, como la mayoría de los titulares, si acaso aprovechables reservas si el partido lo solicita.