A principios de los años 80, cuando los imposibles todavía eran posibles en este deporte, la Real Sociedad ganó dos Ligas de manera consecutiva. Jugaba en el vetusto Atocha, uno de aquellos campos donde el fútbol desprendía ese viejo aroma olvidado, tan nostálgico y de alargada melancolía. Bajo palos se colocaba Luis Arconada, un guardameta de enorme carisma y de condiciones felinas. Sin mucha estatura, 1,78 metros, se impulsaba hasta los límites de la utopía gracias a un potentísimo tren inferior. Esa Real Sociedad ganó las Ligas de las temporadas 80-81 y 81-82 y a su portero la grada de Atocha le cantaba ‘no pasa nada, tenemos a Arconada’ en cada intervención milagrosa, que habitualmente eran abundantes.

En La Romareda, bajo palos, se coloca ahora Cristian Álvarez, un arquero de Primera que juega en Segunda por voluntad propia y que también ha acostumbrado a su estadio a que no pase nada, que si pasa, ya está él. Contra el Sporting de Gijón, el argentino regresaba a la titularidad después de haber visto el derbi en Huesca sentado en el banquillo tras un largo periodo de baja por un contratiempo físico. A Cristian La Romareda también lo adora. Los motivos, como con Arconada, sus extraordinarias paradas, decisivas de nuevo en el primer partido de la segunda vuelta. Además, los palos suelen estar también de su parte. Es la mística del fútbol. Los dioses se alían con las diosas, con la fortuna también.

Su regreso es una bendición para el equipo, como también lo es el de Vigaray, un seguro defensivo y un pulmón inagotable en ataque. Un centro suyo pisando la línea de fondo acabó en el 2-0 de Luis Suárez. Los tres, Cristian, Vigaray y Suárez, junto a Guti, magnífico, todopoderoso y además goleador, conforman una columna vertebral de un equipo aspirante a todo. El Real Zaragoza acaba la inacabable jornada 22 en la tercera posición a tres puntos del segundo, el Almería. A tiempo de todo en esta ilusionante segunda vuelta.