El Elche, Nino a sus 40 años, ha destripado la realidad del Real Zaragoza sin utilizar herramienta alguna de carnicero: era un equipo pobre --también de espíritu financiero-- que vivió como un rico y que invirtió muy mal su fortuna. Continuará en Segunda división por octava temporada consecutiva porque, en la enésima oportunidad que le ha ofrecido el destino, en esta extraña temporada ha respondido fielmente a su mediocridad. Contra el Elche solo necesitaba empatar sin goles y volvió a perder huérfano de puntería (el penalti que falla Ros insultó a Panenka) y de energías competitivas, convirtiendo La Romareda en su particular mausoleo funerario.

El mérito de haber llegado a los playoff como tercer clasificado fue cuestión suya, sin duda, pero también de la irregularidad de conjuntos con más economía y talento en sus plantillas. Sin embargo, existe un componente que, al margen del botín logrado en la fase regular y el derecho a jugar la promoción, ha reflejado durante el curso su modestia: de los conjuntos que van de la primera a la undécima posición, solo venció en dos ocasiones al Elche, que hoy le ha apeado de la final con la paradoja de una tesorería menor, y al Las Palmas. A Rayo y Alcorcón los derrotó a domicilio y perdió en La Romareda, y contra Cádiz, Almería, Girona, Mirandés y Fuenlabrada arrancó cinco empates. El Huesca, líder, se le hizo imposible. En total, 23 de sus 65 puntos los cosechó con rivales de la parte media-alta y sin triunfos memorables. Su gran despensa han sido los cuatro descendidos y el quinto por abajo, la Ponferradina, con una recolección de 26 puntos.

La cantidad la ha sido suficiente para soñar. La calidad que nunca ha tenido, le ha rematado. Las ausencias de Luis Suárez y de Javier Puado se han esgrimido como fundamentales para no afrontar en igualdad de condiciones y de garantías el asalto final. El Elche solo ha podido disfrutar de su goleador Jonathas, expulsado en la ida, durante 26 minutos. De nuevo, la falta de recursos generales por graves errores en los fichajes o cesiones le han pasado factura en un campeonato que antes del confinamiento le pemitió pelear por el ascenso directo y al que regresó con el calendario de la verdad por delante (cuatro derrotas ante Almería, Huesca, Girona y Rayo, sin contar las humillantes frente a Alcorcón, Oviedo y Albacete) y un perfil cadavérico y ridículo en el Municipal, fruto de la pésima gestión durante el encierro. Aunque pudiera parecerlo, nada de este nuevo fracaso ha sido casual: fue el tapado hasta que le descubrieron las vergüenzas, con un entrenador, Víctor Fernández, incapaz de conservar la ventaja primero y de reconducir el desastre después. Se le fue las manos el equipo y el vestuario, muy corto de prestaciones, y perdió casi todas las batallas tácticas, algunas con soberanas palizas de por medio a las que sobrevivió en el cargo por su lejana leyenda de la Recopa. En el Martínez Valero, el pasado jueves, tuvo la oportunidad desde su puesto de mando de encarrilar la eliminatoria frente a un adversario con diez durante 70 minutos. Pacheta se enrocó muy bien para aguantar el 0-0 ante la pasividad rebozada de anacronismo de su colega y este domingo le ha dado jaque mate con movimientos básicos y Nino, un rey entre peones.

El Real Zaragoza fue a todas las clases con puntualidad y disciplina, lo que le dio para un aprobado raspado que se convirtió en sobresaliente hasta el examen definitivo. El resto de los chicos estiraron el recreo, catearon asignaturas menores y jugaron con fuego, pero incluso con una falta de rigor considerable alcanzaron la misma o superior nota casos de Huesca y Cádiz porque tenían la capacidad. El conjunto aragonés explotó el liderazgo de Cristian, el pulmón de acero y algún brilante de Guti, la irrupción inteligente de Puado y la bestial aportación ofensiva de Luis Suárez. Si somos sinceros, nadie más estuvo a ese nivel con periodicidad. Si somos aún más francos, la dirección deportiva que comanda Lalo Arantegui no puede sentirse muy orgullosa pese el incuestionable obstáculo que supone trabajar para una propiedad tan desarraigada con el compromiso de construir de una vez un proyecto sólido. El Yamiq, un central de altura, se quedó en marzo y volvió deprimido; Vigaray fue asiduo de la enfermería y nunca pudo ofrecer lo que prometió al principio; Kagawa ha sido un fiasco completo; Dani Torres apenas resultó útil un par de encuentros; Álex Blanco pecó de ternura; Burgui divagó como bruma en la niebla; el caso de Pereira linda con los juzgados para su padrino, y Atienza... Lo del central merecería cadena perpetua profesional para su mentor y varias noches en el calabozo de lo indigno para quien lo alineó.

Por el camino, el desplome progresivo en defensa de Nieto y Delmás, zonas bombardeadas a conciencia por el enemigo; la falta fe en sí mismo de Clemente a la espera de un futuro y compañeros menos martirizantes; un Soro desaprovechado pero también conformista con su papel de principal secundario; la flema improductiva de Eguaras, mezclando breves detalles de genio con un ritmo inapropiado para el fútbol moderno; la fragilidad física de Guitián; la confirmación de que Igbekeme era un mediofondista sin mapa ni brújula... Y el daño importante de la pérdida de Dwamena, y, en menor medida, el poco jugo que se pudo extraer de Javi Ros. (Zapater y Linares han hecho lo que ha podido, no les correspondía más).

¿En qué medida influyó el coronavirus en el torneo? En la representación de un bodevil lamentable porque el fútbol, con privilegios bochornosos, regateó fundamentos sanitarios innegociables para el resto de los ciudadanos con tal de saciar el apetito avaricioso que genera y que con mínimos escrúpulos gobierna Javier Tebas. Al Real Zaragoza le sentó fatal, sobre todo por el vacío de su estadio, pero había mucho de espejismo antes de que el virus detuviera la competición. No había ganado a nadie en la salud y no lo hizo después en la enfermedad. Y si no ganas a nadie, eres un donnadie. Tampoco al Elche en la confirmación de que las mentiras, aun patrocinadas por el entorno amigo, siempre llevan fecha de caducidad. Lo que parece incorruptible es la fidelidad de una afición que por su exceso de cariño y por una orquestada maniobra de desinformación no puede ver que el club, en su mayor parte, es refugio de segundones. Queda al fondo el gabinete jurídico y los tribunales para hacer valer por vía ordinaria un ascenso administrativo poco o nada probable.