El titular de este Mirador podría parecer una perogrullada, aunque no lo es. En una situación absolutamente anómala, sin el recibimiento multitudinario al autobús en la previa del partido, sin la pasión de los aficionados en la grada, sin ruido, sin cánticos, sin magia, sin la esencia más pura del fútbol, pero llega este lunes el derbi aragonés a La Romareda. Cara a cara el Real Zaragoza de Víctor Fernández y el Huesca de Míchel Sánchez. Dos equipos que, al paso por la jornada 36 del campeonato, con la línea de meta y el premio más goloso en el horizonte, son hijos de sus entrenadores, el reflejo de ellos mismos, para bien y para… no tan bien.

Victor ha impregnado al Real Zaragoza de su entusiasmo y ha conseguido meter en el ADN del grupo todos y cada uno de los valores, señas de identidad y fuerzas motrices que le han hecho ser un bloque consistente, resistente y con un carácter férreo y a prueba de pruebas. A cada golpe, una reacción. Al conjunto blanquillo le ha ocurrido de todo durante la temporada: acumulación de lesiones musculares importantes en jugadores principales, una baja indefinida por un problema de corazón, castigos duros y preocupantes consecutivos contra el Mirandés y en Gijón, riesgos evidentes de flaquear y hasta una pandemia cuando iba como un tiro hacia Primera División. A todo se ha repuesto. El técnico aragonés ha exprimido al máximo sus recursos, llevando a los jugadores básicos de la plantilla hasta su mejor nivel. Difícilmente el Real Zaragoza estaría donde está hoy, con lo que le ha sucedido, con otro gestor en el banquillo. El matrimonio de conveniencia césped-despachos está siendo perfecto.

En el Huesca, Míchel tiene a sus órdenes una plantilla profundísima, quizá hasta excesiva para una adecuada gestión de los tiempos, con variantes de todo tipo, mucha calidad técnica de medio campo hacia delante y con una sola laguna: el puesto de central, donde solo Pulido da seguridad y regularidad de manera incuestionable. A pesar de la diversidad de recursos, durante toda la temporada ha dado la impresión de que el conjunto azulgrana ha estado un escalón por debajo de sus posibilidades en relación con el nivel de su plantilla. Ha sido un grupo demasiado pusilánime en el ánimo y flojo de carácter. En ese sentido, todo lo contrario que el Real Zaragoza. Los seis puntos que hay entre uno y otro son el reflejo de esa distancia