Los datos de acceso a la pornografía y redes de contactos y su impacto en las sexualidades adolescentes (en plural, por la obvia diversidad de procesos) provocan alarma, titulares de prensa y decisiones restrictivas y sancionadoras. Sin embargo, deberían convocarnos también a las personas adultas que tenemos contacto con los adolescentes a interesarnos, sin pánicos ni agobios, por sus «vivencias digitales». La desconexión afectiva provocada por la hiper accesibilidad digital, las experiencias sexuales que imitan a la pornografía, sin relación interpersonal, y el incremento de las conductas de riesgo para la salud y el bienestar de las y los adolescentes son algunos de los impactos que señala el estudio realizado por la Universidad de las Islas Baleares y la red Jóvenes e Inclusión, en la que Fundación para la Atención Integral del Menor (FAIM) participa.

Este cambio de hábitos y vivencias sexuales en la adolescencia es innegable (también en el mundo adulto, pero esto merece otro artículo) y, como suele ocurrir, nos desconcierta a los adultos. A la brecha generacional, que resulta inevitable -mal que les pese a quienes juegan a ser colegas de sus hijos o hijas- se suma, en la mayoría de las casas, la brecha digital.

Empatía de los padres

Los impactos de la digitalización no se resuelven «solo» con más control externo (leyes, castigos, prohibición de móvil); requieren, inexcusablemente de la presencia empática de los adultos, que se erige como la única vía para la tan cacareada «educación en valores». También es necesario facilitar espacios y experiencias de relación interpersonal igualitaria -eso que llamábamos actividades de tiempo libre y convivencia- y ofrecer información afectivo sexual tanto para los chicos como para las chicas de ahora y en 4G... al menos.

Este no es un tema más del cambio de paradigma cultural propiciado por internet y su accesibilidad universal. Aquí no valen las excusas, porque nos jugamos un retroceso en humanidad grave, además de un retroceso en roles de género, en igualdad, en respeto a la diferencia, en interacción personal y, por consiguiente, en madurez relacional y, como conescuencia de ello, también humana.

En la Fundación llevamos varios años constatando la ignorancia o perplejidad adulta y la falta de acompañamiento y desprotección del y la adolescente en el mundo digital. El estudio presentado ayer y las jornadas sobre sexualidad y adolescencia que celebramos en el plazo de solo dos semanas son parte de nuestro compromiso para ayudar a adultos y adolescentes en la gestión saludable del impacto digital en nuestras vidas y, en concreto, en nuestras sexualidades.

La afectividad y la sexualidad son componentes esenciales de nuestra identidad, pero también de nuestro bienestar y felicidad, de nuestra humanidad... y no podemos dejarla en manos de la red, de las redes.