El Museo de Teruel presenta la exposición Picasso y Aragón. Goya-Gargallo-Buñuel.

Un proyecto de Emmanuel Guigon que contempla obras seleccionadas en el Museo Picasso de Barcelona, en la familia Gargallo de París, con una colaboración muy especial, y además en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, en Museo Pablo Gargallo y Museo Goya-Colección Ibercaja, de Zaragoza, entre otros.

Picasso y Aragón

La relación de Picasso con el territorio de Aragón se establece entre lazos de amistad, como la que tiene con Pablo Gargallo, de admiración, con sus secretas correspondencias pictóricas con Francisco de Goya, y de manera más lejana a través de su relación con Luis Buñuel que, sin conocerse en profundidad, ambos conocían la obra del otro y compartían posiciones políticas similares. Aragón fue para el pintor una tierra donde se cruzan vivencias diversas con tres personajes que, de una manera u otra, con mayor y menor intensidad, formaron parte de su vida.

Son secretas las correspondencias con Goya puesto que, excepto de manera literaria, Picasso no reveló de manera explícita la influencia del pintor aragonés, como sí lo hizo, por ejemplo, con el Greco, o con Zurbarán, aunque la referencia fuera clara y sabida por todo el mundo. La relación de Picasso con Goya fue una relación íntima, casi un vínculo umbilical entre maestro y discípulo a través del cual el pintor fagocita el trazo goyesco para llevárselo a su tiempo y a su pintura. «El arte de Picasso es un índice del arte del pasado. Es imperativa potestad del clásico exigir, generar una réplica activa (repetir) aun cuando tal actividad consista […] en aprender de memoria». George Steiner habla así de la necesidad de Picasso de repetir variando. Picasso mira a Goya y Goya muta en el trazo de Picasso. Ambos se reflejan en las inquietudes expresivas, siempre con una mirada avanzada a su tiempo, así como son figuras irreverentes frente al absolutismo y a la Iglesia de su época, y rejonean a una España convulsa.

Aragón se vincula con Picasso también desde una experiencia enteramente personal. Su amistad con Pablo Gargallo, natural de Maella, en Zaragoza, empieza en la época temprana de sus visitas en Els Quatre Gats de Barcelona, hacia 1899, y se consolida durante la primera estancia de Picasso en París, en 1903. Es una amistad de camaradería, de compartir hallazgos de investigaciones plásticas y formales, una amistad entre Barcelona y París fortalecida por las repetidas visitas y encuentros en sus talleres, así como por un apoyo estratégico mutuo; el de dos españoles extranjeros en París. A principios del siglo XX, ambos dibujaron escenas de calle, costumbres, modas y personajes de Barcelona, siempre con el ojo orientado a captar la vida y sus formas momentáneas. Esa primera etapa les sirve para entrenar la mirada estética más allá de lo aprendido en la Escuela de Bellas Artes de la Lonja, basada en el método de la copia al natural de modelos de yeso. Más tarde, ya en París, se decantarán por un arte más abstracto, Gargallo como escultor, Picasso como pintor, empezando a jugar con la forma, el vacío, los volúmenes y los trazos cóncavos, como un arte que se repliega más en sí mismo, que se presenta más opaco frente a la realidad. En 1907, Gargallo fabrica unas esculturas femeninas que, según su nieto, recuerdan a las Venus primitivas, referencia que en los cuadros de Picasso cada vez se hará más evidente, sobre todo después de su estancia en Gósol, en 1906, que marcará el inicio de su modernidad pictórica.

Finalmente, con Luis Buñuel, nacido en Calanda, hubo una relación más equidistante unida por las simpatías que Picasso y Buñuel tenían por escritores y artistas de su época, como García Lorca, Juan Gris o Ismael de la Serna, aún y llevándose entre los dos poco menos de veinte años. Y es este cambio generacional lo que también los distancia, siendo Picasso un pintor ya reconocido y discutido cuando Buñuel le conoce, en París en el estudio de Manuel Ángeles Ortiz, cuando tenía apenas 25 años y un claro espíritu rupturista. Tal como cita en su autobiografía, Buñuel no pensó de Picasso que fuera alguien con el que se pudiera entender, siendo para él un personaje algo frío y deshumanizado, poco político, y no será hasta después de la guerra civil que esta idea cambiará, cuando Picasso performó, a través de su obra y de un exilio voluntario, su posición contra el fascismo y el horror de la dictadura.

Los tres personajes se unen con Picasso y con Aragón desde lugares e historias muy distintas. Si Goya fue un maestro en un sentido holístico, Gargallo lo acompañó en sus primeros y decisivos pasos como pintor. Por otro lado, con Buñuel compartió el espíritu de una época y una ciudad, París, así como un extenso círculo de amigos comunes, pues trazar una red de amistades fue siempre para Picasso una necesidad vital y espiritual, imprescindible para entender su vida y su obra como un todo en constante regurgitación. La apuesta de colocarlos todos juntos en una sola exposición es un intento de poner en valor los vínculos de amistad y de inspiración en la vida de Picasso, unidos ahora por una tierra que, aunque no viajara nunca por ella, la tuvo siempre presente en su memoria.