En el interior de una iglesia de 1613, que perteneció a un convento de la orden de los Monjes Mínimos de San Francisco de Paula, su interior respira historia.

Cocina honesta, muy respetuosa con el producto, de orientación clásica. En su carta, equilibrada y bien compensada, encontramos entrantes como los raviolis de setas, flan de berenjenas, crema de calabaza o salteado de verduras con mousse de champiñones y queso.

La sección de pescados juega siempre con la temporada. En carnes, destacan el cabrito asado al horno o el lomo de cordero con puré de dátiles, hojas de rúcula y su jugo.

También la suprema de pintada (a la plancha con salsa de naranja, fideos de arroz y verduritas) o el lomo de conejo relleno de ciruelas pasas, confitados en aceite de oliva y salsa al Pedro Ximénez. Postres caseros y una cuidada carta de vinos completan la oferta.