La filmografía de Enrique Urbizu (Bilbao, 1962) es un muestrario de personajes marcados por la violencia y la piel curtida a golpes. A esa misma tipología pertenecen los protagonistas de su nueva serie: Gigantes, retrato de un clan familiar condenado a la autodestrucción. Situada en un Madrid de leyenda. Movistar+ estrenó el viernes la primera temporada. La segunda ya está rodada.

-A diferencia de sus obras previas, ‘Gigantes’ no es una ficción realista. En cambio, parece envuelta de un aire casi mitológico.

-Esa es la idea. En La caja 507 y No habrá paz para los malvados, mi intención fue explicar un determinado funcionamiento del sistema; pero en Gigantes partí de la base de que la gente ya sabe cómo va el asunto de la cocaína y el narcotráfico porque ya se lo han contado muchas veces. Lo que cuenta Gigantes es asunto de leyenda. Sus personajes son seres que se creen indestructibles, una familia que nos habríamos merecido tener en la historiografía de la delincuencia madrileña, pero como no existió, nos la hemos tenido que inventar. Y al hacerlo necesitábamos usar un lenguaje también mítico: arriesgado, cortante, atrevido, y siempre al borde del abismo.

-También habla de cosas que aparecen ahora en la prensa.

-Claro, de periodistas que reciben información privilegiada, de las cloacas del poder, de los mecanismos del dinero, de gente que decide a quién hay que proteger y a quién no… El retrato socioeconómico contemporáneo no es el objetivo de Gigantes, pero sí el caldo espeso dentro del que se mueve. Al fin y al cabo, cualquier producto cultural es un reflejo de su tiempo; y, en concreto, el thriller es el género que mejor explica el funcionamiento del mundo. Cuando hicimos La caja 507, nuestra inspiración fue una montaña gigante de fotocopias del periódico.

-¿Cree que ‘Gigantes’ ofenderá?

-¿Entre quienes mandan? Quien se ofenda, que se joda.

-¿Y entre la comunidad gitana?

-¿Lo dice porque habla de gitanos criminales? En la serie hay gitanos delincuentes y payos delincuentes por igual. Además, los gitanos son lo suficientemente inteligentes para saber que esto es ficción. Y ya era hora que actores gitanos tuvieran oportunidades. Vivimos en una sociedad muy políticamente correcta, pero los directores no podemos censurarnos por si alguien protesta.

-¿’Gigantes’ es una película dividida en capítulos?

-No distingo entre tele y cine.

-Pero sigue habiendo diferencia.

-Bueno, es cierto, y sobre todo en las series producidas en España. El lenguaje de la ficción audiovisual ha cambiado muy poco desde D.H. Griffith, y lo único que ha hecho la TV generalista es sintetizarlo y reducirlo tratando de imponer unas formas estandarizadas con la creencia de que así aseguran unos resultados. Me refiero a que en la ficción televisiva convencional se prohíben los planos generales y los silencios y las penumbras, y todo tiene que verse muy bien. Yo me niego a que todas esas condiciones me sean impuestas. Yo quiero forzar al espectador a que disfrute de un encuadre en una pantalla televisiva. Me siento obligado a respetar la inteligencia del público en lugar de insultarla.

-De su otra experiencia televisiva, ‘Alatriste’, guarda mal recuerdo. ¿Le molesta hablar de ello?

-Los productores querían hacer una cosa y yo quería hacer otra muy distinta, y al final no se me dejó hacer nada de lo que yo quería. Obviamente, no salió bien. Yo ya tengo una edad, y si me dejan trabajar en paz todo se puede negociar, pero si me avasallan con imposiciones está claro que va a haber fricción. Al final, los autores somos lo que firmamos. Por tanto, si en los créditos de una película o una serie aparecen las palabras «dirigida por Enrique Urbizu», lo suyo es que yo haya sido realmente el director.