Ciertamente falta mucho aún para ese 13 de junio designado ya como jornada electoral de los próximos comicios europeos, pero el tiempo vuela, y los políticos también. Unos hacia adelante y otros hacia atrás, pero vuelan.

Mediten, si no, en el vuelo sin motor de Josep Borrell, exministro felipista de Obras Públicas del PSOE, expresidenciable por las mismas siglas, y, ahora, como por arte de magia, tras una larga etapa de ostracismo, cabecera socialista de cartel al Parlamento Europeo.

La buena estrella de Borrell, que parecía imparable, dejó de brillar hace años, envuelta en escándalos financieros y en amistades dudosas que le afectaban oblicuamente, pero que, sobre una pira de papel a la que alguien pegó fuego, hundieron su resistencia y su moral. Mucho se habló de un complot interno, y de la mano oculta de Felipe González, que nunca, pese a tenerlo en su gabinete, se fió del todo del hábil político catalán. El caso es que Borrell, después de haber llegado a medirse con Aznar en el Estado de la Nación, dimitió, se fue a su casa, o casi, y Felipe y Guerra llamaron al mejor bombero que tenían a mano: el entonces secretario general Joaquín Almunia. Con el resultado electoral que ustedes recordarán.

La bicefalia Almunia-Borrell acabó, como la cabeza del Bautista, sirviendo en bandeja de plata una oportunidad única para el recambio generacional y, como no hay mal que por bien no venga, al final, vía Rodríguez Zapatero, el experimento concluyó redescubriendo la fórmula mágica de la Moncloa.

Borrell, gracias al nuevo astro del socialismo europeo, este joven de León tocado por el dedo de la fortuna, torna al candelero con más canas y más ganas que nunca. Y, como a buen seguro ocupará plaza destacada en Estrasburgo, podremos verlo, a través de la proyección de otro de esos vuelos mágicos que nos reserva la historia, en el democrático cumplimiento de su obligación y su programa, demoler definitivamente el proyecto trasvasista de José María Aznar y sus hidráulicos discípulos, Jaume Matas, Elvira Rodríguez, José Vicente Lacasa, otros.

Porque será Josep Borrell, paradójica y ejemplarmente, quien, después de concebir e intentar llevar a cabo, allá por los primeros noventa, un gran trasvase del Ebro, tendrá, a partir del próximo mes de junio, que desmontar con sólidos argumentos una obra faraónica que, en muchos aspectos, tan similar resulta a sus conceptos. Cierto es que el trasvase de Borrell no alcanzó los niveles de amenaza a que los conservadores sometieron las reservas de Aragón, pero anduvo en los papeles, en los medios, y levantó la lógica oposición de nuestra comunidad autónoma.

Es posible que nuestra buena memoria, a propósito de esos lunares en el historial del candidato socialista, resten votos en Aragón al cabecera europeo. Adelantándose a ello, Borrell haría bien en fijar cuanto antes su fe en los desarrollos sostenibles, y su rechazo, tras entonar un mea culpa , de futuros trasvases.

Y si tiene alguna duda, sólo necesita consultarlo con su compañera Cristina Narbona.

*Escritor y periodista