Tras las estelas impetuosas y dominantes de Induráin y de Armstrong, la hegemonía española se afianza, por quinto año, en el Tour de Francia. Y destaca Alberto Contador, triunfador por tercera vez en los Elíseos. En su primera victoria, se benefició de la retirada de su jefe de filas por presunto dopaje. En la segunda, tuvo que luchar contra un enemigo interno, el fantasma de Armstrong, que convirtió el Astana en un campo de batalla fratricida. En la tercera, el de Pinto se ha impuesto con estrechez y con justicia. Estrechez, porque la presencia de Andy Schleck ha convertido la carrera en un duelo de alto voltaje resuelto en el último suspiro. Y con justicia, porque Contador ha sido el más completo en las semanas en las que hemos vivido unas polémicas inútiles , episodios de alta intensidad táctica, arremetidas intensas, una gran igualdad y el anuncio de una confrontación que marcará el próximo ciclismo. Justo en el centenario de la irrupción pirenaica en el Tour y de la primera ascensión al Tourmalet se cimentó el diálogo deportivo de una pareja que dará que hablar. Contador, con todo derecho, ya es figura del ciclismo.