L as personas recordamos perfectamente cómo pasó lo que nunca ha ocurrido. Si hablamos de imaginación el concepto tiene su encanto. Si se trata de reconocer al posible protagonista de un crimen, en una rueda de reconocimiento, la cosa se complica. Un famoso experimento de psicología social llevó a preguntar a multitud de personas, que acababan de regresar de un viaje a Disney World, si habían visto a Bugs Bunny durante su estancia. La gran mayoría lo había visto y muchos se habían hecho una foto con él, abrazados al simpático conejo. Una bonita e inolvidable experiencia que los entrevistados recordaban con nitidez. Lástima que la presencia de un protagonista de Warner en casa de la competencia fuera imposible. Ni estaba, ni se le esperaba.

Este episodio revela un comportamiento muy común de nuestro cerebro con respecto a la memoria: la existencia de falsos recuerdos. Llamamos así a los recuerdos de sucesos que nunca han ocurrido o a graves distorsiones de hechos que sí sucedieron, pero de distinta manera ¿Por qué recordamos cosas que nunca sucedieron? Se debe al modo de funcionamiento de nuestra memoria. Creemos que nuestro cerebro es una grabadora. Luego tenemos más o menos dificultad en rescatar las experiencias de nuestro disco duro. Ahora sabemos que en nuestra cabeza no hay ninguna caja negra registradora. Sería agobiante que fuera así. Nuestra memoria se parece más a un conjunto de procedimientos y estrategias que reconstruyen escenas a partir de unos pocos elementos claves para su recuperación. Es decir, utiliza las piezas más importantes del rompecabezas para construir la imagen completa del mismo. Y lo hace del mismo modo que un algoritmo. Utiliza experiencias pasadas, emociones del momento, lo que nos preocupa, nuestra ideología, los intereses que tenemos etc.

Como ven, una buena parte de lo subjetivo ayuda a componer lo que pensamos que es objetivo. Así que luego pasa lo que pasa. Lo definió muy bien Groucho Marx cuando responde en una escena de Un día en las carreras ante la pregunta de su prometida, preocupada porque nuestro protagonista no dejaba de flirtear con otras mujeres, aquello de: «¿Por qué estaba yo con esa mujer? Porque me recuerda a ti. De hecho, me recuerda a ti más que tú».

Aquí tienen la explicación psicológica del acuerdo alcanzado entre Sánchez e Iglesias para formar gobierno. Entre falsos recuerdos propios y los que pretendían utilizar sus contrincantes para evitar el consenso, han descubierto el uno en el otro que su abrazo les recordaba más a las personas que les habían puesto allí, que a ellos mismos. Los recuerdos de Iglesias eran las voces y la ilusión del 15-M que quería representar Podemos. A Sánchez su cerebro le rememoraba el empuje de la militancia socialista que le impulsó como nuevo secretario general, por la izquierda, frente a un aparato que coqueteaba con Rajoy. Todo eso se abrazaba en esa ceremonia institucional del pasado martes.

Pero no escogieron un día cualquiera para firmar el pacto. El 12 de noviembre se cumplían 30 años de la muerte de Dolores Ibárruri. Qué mejor fecha para celebrar una coalición de izquierdas que sumaba a la juventud de los morados, la historia del PCE y los 140 años de socialismo. Ese abrazo tenía un pasado tan glorioso como esperanzador futuro. Allí estaban fundidos también, en ese gesto, la Pasionaria y Alberti con Iglesias Posse, junto a tantos hombres y mujeres de la izquierda que dieron lo mejor de sí, incluso la vida, para que la democracia llegara a España. Todos pudieron hacer mejor todo y antes. Pero es mejor disfrutar de un presente acertado que de un falso recuerdo. La nostalgia endulza la memoria, pero tiene tendencias depresivas ya que no aporta soluciones.

El pegamento del acuerdo no se debe a Vox. Aunque la extensión de la nube contaminante de sus votos ha exigido una respuesta rápida para evitar la intoxicación de sus efluvios. El resultado del consenso se llama simbiosis. Algo que la naturaleza inventó hace mucho. La izquierda tendrá que compartir un gobierno de coalición, cooperando. Pero la responsabilidad del éxito o fracaso de ese Ejecutivo es unitaria a más no poder. No habrá muchas más oportunidades si triunfa la decepción.

Ahora tranquilidad para la izquierda. Es mejor una actitud relajada, como la de Bugs Bunny, para hacer frente a la tensión de los derrotados y al pesimismo de los agoreros. Me imagino a Pedro y Pablo respondiendo, desde la Moncloa, eso de «¿qué hay de nuevo viejo?» ante cualquier hijo Pluto de Disney. No olvidemos que el artista de la animación simpatizó con los fascismos hasta la entrada en guerra de su país y luego fue un colaborador en la caza de brujas contra destacados miembros progresistas de la cultura norteamericana. Las empalagosas historias que transmitía Walt con sus dibujos inoculaban una ideología conservadora, a modo de retrógrado «cacao party», para domar por la derecha la educación infantil. Especialmente la de las niñas.

Pero bueno, ya que hoy celebra la ONU el Día Internacional de la Tolerancia, mejor que haya paz. Quizás sea más útil que los protagonistas del abrazo se comporten, solidariamente, como los inteligentes ratones Pixie y Dixie, para hacer frente al gato Jinks de la derecha. Algo habrán hecho bien cuando los adversarios los consideran unos malditos roedores.

*Psicólogo y escritor