La estrategia adoptada por muchos gobiernos, y no solo el nuestro, en la lucha contra ese enemigo tan insidioso como errático que es el covid-19 plantea todo tipo de interrogantes.

¿Por qué se han dejado en ocasiones abiertos los grandes centros comerciales, donde se agolpa siempre la gente sobre todo en fechas navideñas?

¿Tiene sentido cerrar, como ha ocurrido en algunos países, también el pequeño comercio y hasta las pequeñas librerías al mismo tiempo que los bares? Y todo ello en beneficio exclusivo del comercio electrónico.

¿Lo tiene también que mucha gente haya absorbido de forma tan acrítica las consignas de los gobiernos hasta el punto de ir con la mascarilla puesta mientras pasea sola o en pareja por el campo o va al volante de su coche como hemos visto tantas veces?

¿Por qué se ha dejado que el hospital, ya sea público o privado, desempeñe un papel crucial en el combate contra el virus en detrimento muchas veces de la atención primaria, más imprescindible que nunca?

El pensador austriaco Ivan Illich, al que sin duda habría que volver a leer --como habría que hacer también con el Günter Anders de La obsolescencia del hombre--, denunciaba ya en sus libros la colonización médica de la vida cotidiana, el monopolio profesional sobre el saber científico.

Cuanto más grande se hace un hospital, más crece en él la burocracia, más importancia dan sus responsables a la rentabilidad económica, lo que implica inevitablemente robotización de muchas tareas y ahorros en personal: las consecuencias están a la vista.

¿Por qué lo que podríamos llamar la razón matemática, las cifras generadas por algoritmos, ha de regir casi exclusivamente en la lucha contra la pandemia las decisiones de los gobiernos?

¿No tiene una relación directa la propagación de este y otros virus con la concentración de la población y la hipermobilidad, fenómenos propios de las grandes ciudades y de ese turismo de masas, al que muchos parecen querer volver cuanto antes?

¿No estamos convirtiendo en realidad las profecías de Marx y otros pensadores de la izquierda europea sobre una sociedad cada vez más atomizada, compuesta por mónadas aisladas y replegadas sobre sí mismas?

Distanciamiento físico

Como nos recuerda el filósofo francés Jean-Claude Michéa, toda pandemia -y la del covid-19 no tenía por qué ser una excepción-- induce fenómenos de distanciamiento físico, de descomposición del vínculo social y de sospecha generalizada.

La respuesta esta vez es la telemedicina, el teletrabajo, la enseñanza virtual, entre otros fenómenos. ¿No van a profundizar estos el confinamiento individual, el crecimiento de las desigualdades y la falta de solidaridad entre las personas?

¿Y no va a su vez todo ello a reforzar aún más el control sobre los ciudadanos no solo del Estado, sino también el de los gigantes de la red -Google, Facebook, Amazon y otros-- que han visto crecer desmesuradamente su influencia global al tiempo que se han disparado sus beneficios?

Y por último, ¿qué hay del anuncio de nuestro ministro de Sanidad de que se llevará un registro de quienes no acudan a la cita para vacunarse y lo comunicará al resto de la UE? Nada habría que objetar si se hiciese de forma anónima y con fines solo estadísticos , pero ¿es ese el caso?

¿Podrán evitarse, por otro lado, futuras discriminaciones a la hora de encontrar trabajo o viajar, por ejemplo, en avión? Así, por ejemplo, la aerolínea australiana Quantas ha anunciado ya que no admitirá a bordo a los no vacunados. Y ello cuando aún no se sabe si la vacuna solo protege al vacunado y no evita el contagio a terceros. Y además por cuánto tiempo.