Concluyendo 2018 me encargaron el 'Dictamen sobre el lugar de origen de las obras de arte reclamadas a la diócesis de Lérida', para aportarlo al litigio de los bienes de la Franja (según ellos) y del Aragón oriental (según nosotros). Con ese exhaustivo documento intervine en el juzgado de Barbastro, contestando las preguntas de los letrados catalanes que intentaron invalidar mi intervención por haber sido el iniciador de la reclamación legal en mi condición de director general de Patrimonio y Cultura del Gobierno de Aragón. Muy bien acompañado por el abogado de nuestro Gobierno y por el de la diócesis barbastrense, estuve rebatiendo una serie de cuestiones, que atentaban contra el sentido común y que ignoraban la legislación canónica, hasta que consideraron que era mejor no preguntarme nada más.

Recordando ese momento recupero reflexiones que siguen de actualidad pues quedan objetos por devolvernos: las pinturas de la sala capitular sijenense apalancadas en Barcelona o el archivo de Roda de Isábena, conservado en la catedral de Lérida y sobre el que planea el más indigno y cobarde de los silencios. Por ello, me sigo preguntando como en aquella ocasión algunas cuestiones. ¿Cómo podía obligar el obispo a que le paguen con objetos de arte las reparaciones que tiene obligación de hacer en sus templos diocesanos? ¿Qué opinión debemos tener del obispo que solo arregla los desperfectos de sus iglesias cuando le regalan algo? Ciertamente, ante esta primera batería de preguntas la figura de estos prelados catalanes pasa de la condición de pastores a la condición de depredadores. Pero, no se quedaban allí. Esta realidad de obispos cambiando sus obligaciones por regalos de objetos preciosos, vuelve a llevarnos a nuevas preguntas: ¿Cómo puede ser el obispo el comprador de los mismos bienes que él tiene obligación de evitar que se vendan? ¿Cómo se entiende un obispo anticuario que negocia con sus propios bienes?

Asombro

Ante el asombro que produce esta actuación, nos queda la gran pregunta: ¿Cómo se atrevieron estos obispos a hacerlo sin contar con los permisos que estaban obligados a pedir? ¿Por qué no queda ni un solo expediente oficial que hable de estas cosas? Si el obispo Messeguer reconocía en una carta que para vender piezas «era necesaria la licencia de Roma», estaba claro que lo conocía. Y si ellos lo sabían y no existen esos documentos, podemos pensar que eran conscientes de actuar contra derecho e incluso con absoluta falta de ética, frente a los curas que vivían abandonados en la miseria. Ante esta realidad sobra la lógica y hasta da pena que esos coros que defienden la propiedad de Lérida contribuyan a retratar a sus obispos como excelentes depredadores e incluso avezados bandoleros que vendieron sus afectos. Quizás, no estaría de más recordarles la elegancia y el respeto a la ley mantenidos por los obispos de Barbastro-Monzón que han tenido que luchar defendiendo sus diócesis contra este atropello que es un auténtico despropósito.

Al fin han vuelto los bienes a su casa, a nuestra tierra, y renace la esperanza gracias a la Justicia que ha sentenciado lo que era de derecho. Sin embargo, deberemos seguir alerta porque ha habido curiosas posiciones en esta batalla, término que utilizo pues la consejera Ponsa dice cumplir con el mandato judicial «contra nuestra voluntad, con indignación y un profundo disgusto». Palabras que son muy diplomáticas comparadas con las de Omnium Cultural Lleida que (periódico 'Segre' del 9 de marzo) denuncia que «el Museo de Lleida ha sido víctima de un episodio de expolio de su colección de arte diocesano. Un capítulo más de las reivindicaciones rapaces que desde el obispado de Barbastro hacen». Mientras siguen defendiendo que el expolio lo hacemos nosotros porque ellos nunca lo han hecho, el Ministerio de Cultura lleva años cantando 'Las mañanitas de San Juan' con una falta de rigor vejatoria para la España ignorada. ¿O quizás me equivoco y no tenemos los mismos derechos políticos? ¿Esta es la razón del largo proceso que solo ha podido resolver la Justicia? A esta vocación cantarina del ministro, sea del partido que sea, se sumaron los obispos de Lérida aupados en el pavés de los políticos catalanes que hicieron su bandera de este blanqueo de obras de arte. Choca leer que el Círculo de Amigos del Museo de Lérida -que pudiera llamarse Círculo de Amigos de lo ajeno- denuncie «que la política catalana les ha abandonado». Si esta es la opinión de la curia ilerdense según la prensa, hay otra pregunta ¿esas obras en litigio eran propiedad del gobierno catalán o de las diócesis?

Preguntas absurdas

Mientras surgen más preguntas absurdas sobre esta vieja historia, convertible en la novela titulada 'Te arreglo el campanario si me das una cosita', por supuesto preciosa, siguen escribiendo majaderías como «que las piezas no se nos devuelven, sino que Lérida nos las regala». Lo dice 'La Mañana' del 8 de marzo bajo el título 'El arte que regalaremos', lanzándonos una especie de maldición gitana que nos devorará reclamando piezas entre nosotros, incluso del obispo de Gerona al que invitan a pleitear contra nuestras diócesis. Así que metan al bolsillo el diente de ajo, pónganse la cruz en el cuello, y hagan firme propósito de no callarse cuando alguien -más allá o más aquí de las fronteras- diga tonterías como estas. A veces pienso que les eximiría lo mucho que sufren sospechando que el bisonte de Altamira es originario de las montañas de Gerona. Asunto de mucha tensión porque llevarse la cueva es un problema de genios como Leonardo, que dicen retrató a la 'Gioconda' en el río Llobregat a su paso bajo el puente de Castellvell. Como esto solo puede sostenerse con mucho humor, llenaron de claveles rojos la puerta del museo para decirnos que esto no ha terminado aquí. Y seguimos a la espera del pícaro cuplé que elija el ministro del ramo, mientras la Iglesia de Barbastro y el Gobierno de Aragón deberán seguir trabajando a conciencia.