Opinión | Todo es política
Zaragoza con Aragón, y no al contrario
La implantación de grandes empresas en la capital no es un agravio, debe servir de oportunidad para el resto de la comunidad
El anuncio de la implantación de Becton Dickinson en Zaragoza, que se suma a la llegada al entorno de la capital aragonesa de otras grandes multinacionales, ha resucitado el viejo fantasma de Zaragón, ese «Zaragoza contra Aragón» que acuñó en 1974 el sociólogo Mario Gaviria y que muchas décadas de autonomía acabó dejando desfasado. Pero en los últimos días ha vuelto a sobrevolar ese viejo cliché de que los poderes públicos no tratan igual a la capital aragonesa que al resto de la comunidad.
No me parece justo, aunque no ayuden algunas decisiones también conocidas esta semana, como la negativa del Gobierno de Aragón a continuar sufragando líneas ferroviarias regionales como la que une Zaragoza con Binéfar, Monzón y Lérida. El argumento esgrimido desde la Consejería de Vertebración del Territorio y Movilidad del Gobierno de Aragón de que tiene que pagarlo Renfe ya que se trata de una línea compartida con otra comunidad parece más una excusa utilizada para reforzar el posicionamiento ideológico del partido que dirige el departamento que otra cosa. Esos 4 millones estaban presupuestados y si bien es cierto que Renfe tiene la obligación de apostar por estos servicios ferroviarios que vertebran y fijan población, el Gobierno de Aragón no puede limitarse a criterios economicistas para castigar a miles de personas que a las administraciones les reclaman soluciones y no tienen la culpa de que una o varias de ellas les abandone. El Gobierno de Aragón cubre muchos servicios deficitarios que no presta el Estado, por lo que es urgente y justo que el Ejecutivo aragonés - que para otros proyectos más cuestionables no repara en gastos- reconsidere su postura y los frentes que abra con el Estado no sean a costa de los ciudadanos.
Pero volviendo a ese mantra de Zaragón o Zaragoza contra Aragón, habría que analizar el estado de la cuestión con algo más de perspectiva. A pesar de los problemas demográficos y de vertebración de la comunidad, no hay otra en España que tenga más en cuenta a su territorio. Casi todas las cabeceras comarcales de Aragón tienen proyectos públicos autonómicos sufragados por los aragoneses, de los que el 60% reside en la capital. Hay proyectos de interés autonómico repartidos por todo el territorio que intentan fijar población y empleo, una empresa difícil porque las grandes compañías casi siempre buscan entornos en grandes ciudades, con grandes infraestructuras, bien comunicadas y situadas estratégicamente. Incluso si no existiera Zaragoza, la suerte del resto sería mucho peor. Basta con mirar lo que ocurre en comunidades con problemas estructurales similares a los de Aragón que no tienen una ciudad de gran tamaño en su área de influencia.
No es casualidad que las grandes empresas se sitúen en grandes ciudades. Sucede lo mismo en Barcelona, Madrid, Toulouse, Milán, París, Manchester o Fráncfort. Por tanto, no hay que ver como un agravio que Amazon, Inditex, Becton Dickinson (que además mantendrá y reforzará su puntera y ejemplar planta de Fraga) u otras grandes empresas se instalen en Zaragoza, sino como una oportunidad para el resto del territorio. En las últimas décadas se ha tratado de corregir la descompensación con otros grandes proyectos por todo Aragón, como plataformas logísticas, un aeropuerto como el de Teruel, un observatorio astronómico, Walqa, la consolidación del turismo termal y hasta un circuito de motociclismo. Son solo algunos ejemplos.
Otra cosa es que se reoriente el modelo para evitar que más allá de Zaragoza la comunidad se transforme en un macromatadero allí donde hay polvo y niebla y en una gigantesca planta fotovoltaica donde hay viento y sol. Y donde hay agua, más que una huerta un gigantesco maizal. Porque ese sí que es un riesgo al que hay que estar atento: no se puede convertir el resto de Aragón en una reserva de energía para la ciudad (algo que también pasó en los entornos cercanos a otras grandes ciudades), en una gigantesca granja y, donde la fortuna quiere que haya un paraje o pueblo bonito, en un lindo lugar de segundas residencias. Pero ese análisis debe separarse de una confrontación entre Zaragoza y el resto, porque sería tan injusto como desacertado.
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