Después del 23 de abril, Aragón debería seguir reflexionando en sus necesidades y carencias, con vistas a cubrirlas o a compensarlas. Una de ellas, obviamente, sería, es, la dotación presupuestaria, a todas luces insuficiente.

La salud financiera de nuestras administraciones no es la mejor, precisamente. Hace demasiado tiempo que se pierde capacidad inversora y que los recortes en servicios básicos, bien se han dejado de recuperar, bien se siguen aplicando. La sensibilidad del Gobierno central con un territorio como el aragonés, seriamente desequilibrado y despoblado y, sin embargo, clave en las comunicaciones y logística de todo un país y en el futuro de sus sectores energético y automotor, es escasa.

Citando solo unos pocos sectores claves, porque las razones por las que Madrid debería reinvertir en nuestra Comunidad son tantas como aragoneses necesitan un empujón inversor, o simplemente salir adelante.

Además de la pérdida de financiación, Aragón también ha perdido poder político.

La ausencia, desde hace años, en el Congreso de los Diputados, de escaños netamente aragonesistas ha perjudicado a nuestros intereses porque la rígida disciplina de los representantes de obediencia nacional no siempre contribuye a defender las causas de los aragoneses, o a hacerlo con el suficiente empuje.

En esa posición de reclamación o crítica puntual al Gobierno central, y también, incluso, en ocasiones, a su propio partido, Javier Lambán ha apostado y puesto en escena una cierta independencia, que ha obtenido sus frutos. Pero los planteamientos, las banderas, las vindicaciones que en el futuro puedan nuestros diputados, y todos deberían hacerlo, plantear en clave de política nacional, dependerán solo de las apuestas debidamente programadas que se pongan en la mesa de negociación para, inmediata e irrenunciablemente, intentar llevarlas a cabo.

El Aragón moderno, necesaria mezcla de tradición y vanguardia, de patrimonio público e iniciativa privada, necesita repensarse y reescribirse de nuevo, actualizando una vez más su gramática financiera y su lenguaje popular. Porque el pueblo aragonés, aunque casi nadie sepa muy bien cómo hablarle, de qué modo despertarlo y motivarlo, sigue ahí, esperando…