El secretario general del PSOE aragonés, Javier Lambán, tomó ayer una decisión que, aunque esperada, fue acogida con alivio en la estructura socialista. Nadie en su partido, ni en Aragón ni en Madrid quiere más batallas ni crisis internas, y es indudable que el escenario en su organización política habría cambiado notablemente si hubiera optado por no presentarse. Que Pedro Sánchez haya sido capaz de integrar y rodearse de quien hace tan solo cinco años lo echó del partido, con notable protagonismo de muchos de los líderes aragoneses que hoy lo ensalzan, es la muestra determinante de que la política es una de las actividades humanas donde los intereses personales y orgánicos provocan una insólita amnesia que permite que donde hoy hay guerra mañana se extienda la paz sin que sea necesario que se declare la rendición. Indudablemente, tener el Gobierno ayuda en los partidos a alcanzar las treguas. 

El verano ha sido determinante para que Lambán meditara una decisión estrictamente personal. A pesar de que algunas personas de su entorno más cercano le habían sugerido que tal vez era el momento de poner fin a su longeva carrera política y dedicarse a las lecturas, disfrutar de la nieta y a reponerse de su enfermedad, otros –como él mismo indicó ayer– le animaron a continuar y optar a la reelección dado que se ve con el suficiente empuje como para hacerlo. A orillas del Mediterráneo y del Arba las ideas se ven más claras y Lambán opta a su tercer mandato como líder de los socialistas aragoneses, después de que en marzo de 2012 relevara a Marcelino Iglesias. El 6 de noviembre saldrá elegido –salvo alguna imprevisible candidatura anecdótica, no tendrá ningún oponente– y podrá superar en años al otrora todopoderoso Marcelino Iglesias. No deja de ser paradójico que un partido como el socialista, cuyas cuitas internas son siempre aireadas y parece que está siempre en pleno vaivén sísmico, vaya a sumar un cuarto de siglo con dos únicos líderes que han dirigido con mano de hierro y han sido capaces, o han tenido la habilidad, de apaciguar cualquier conato de crisis. 

La decisión de Lambán despeja por tanto una incógnita y evita un relevo que sí habría podido abrir heridas porque podrían haberse postulado varias candidaturas con la suficiente fuerza como para que el partido se dividiera. 

Con el consentimiento de Ferraz, Lambán seguirá dirigiendo el PSOE y podrá trazar las directrices para un ciclo al que él mismo puso fecha y extendió hasta 2027. Seis años que es un plazo corto en cualquier planificación estratégica pero que con el frenético ritmo de la política actual parecen una eternidad. 

La ovación que le dedicaron los asistentes al congreso regional evidencia que a fuerza de gobernar se acabaron los tiempos de los cónclaves de escaso quórum e intervenciones críticas. Es lo deseable en cualquier partido, y más cuando tiene responsabilidades ejecutivas. Con su continuidad al frente de la formación, el año que viene se verá si mantiene las mismas ganas y fuerzas para optar a la Presidencia de la DGA. Aunque a la vuelta de la esquina, todavía se ve lejano ese momento. Hasta entonces, hay encima de la mesa suficientes retos como para aparcar la decisión y centrarse en la elaboración de la ponencia política (que siempre pasa desapercibida en los congresos de casi cualquier partido) y en la acción de Gobierno.