Insistía el jueves Pedro Sánchez en el Pignatelli que el proyecto español para que los Juegos Olímpicos de invierno se celebren en Aragón y Cataluña en 2030 era, sobre todo, «un proyecto deportivo». Así empezaba su declaración institucional (una nueva convocatoria de prensa en la que se hurta el elemental derecho de preguntar) al lado de su «querido amigo Javier Lambán», con el que minutos antes se había intercambiado un abrazo y efusivos apretones de manos y antebrazos (los primeros que constan ya en el archivo fotográfico).

No se trata de desmontar los entrecomillados del presidente, pero si nos centramos en el primero de ellos, no hay que ser muy sagaz para pensar que el enésimo intento de montar una candidatura para celebrar los Juegos Olímpicos de invierno en España es, esta vez, cualquier cosa menos un proyecto deportivo. El propio acto del jueves así lo evidencia, ya que cuenta con todo el simbolismo de un encuentro bilateral (un encuentro incompleto porque faltaba el imprescindible interlocutor catalán) tras un acto tan importante como la mesa de diálogo con Cataluña celebrada el día anterior y que a pesar de la política que busca rédito en la confrontación en lugar de ser útil a la ciudadanía para solucionar los conflictos sea posiblemente uno de los mayores desafíos de esta década. La posible celebración de unos juegos olímpicos de invierno parte de una estrategia ideada en los despachos de las más altas instituciones del Estado buscan la complicidad del Gobierno de Aragón para estrechar lazos, pero estos siguen estando muy maltrechos por la nula voluntad de Lambán y de los sucesivos presidentes autonómicos catalanes que han coincidido en el tiempo con el mandato del aragonés.

La candidatura está verde, muy verde, y solo el hecho de que se pretenda celebrar en una capital con mar y en otra donde hace frío por el cierzo pero la nieve es una anécdota, ya indica lo forzado del asunto. Sin entrar en más detalles, como el hecho de que pueda haber subsedes en Suiza o Francia ante la falta de infraestructuras en el Pirineo y, lo más importante, la constatación científica de que esta cordillera va a sufrir en los próximos años un gran calentamiento y la precipitación y el frío va en descenso.

Nos dirán, como nos dijeron con la Expo y nos insisten con Motorland que hay rigurosos estudios que demuestran los grandes beneficios que generan este tipo de acontecimientos, por los que, por cierto, cada vez se interesan menos lugares en el mundo (basta recordar que Brisbane será sede olímpica en 2032 porque ningún otro lugar en el mundo se interesó por celebrarlos). Estudios que la mayoría de las veces son de parte y que hay que creérselos porque son más autos de fe que trabajos rigurosos e independientes.

Esos beneficios suelen ser siempre los mismos y para los mismos, las grandes constructoras, la gente precaria que durante unos meses tendrá un trabajo temporal y de escasa cualificación y remuneración y para quienes, cercanos a la órbita política, encuentren un sitio excelente para colocarse. No se trata de hacer una enmienda a la totalidad a este megaproyecto que empieza a andar con dificultad más allá del abrazo entre Lambán y Sánchez, pero sí situarlo en un contexto y poner encima todos los condicionantes. En la política aragonesa, solo ha encontrado moderado entusiasmo en el PSOE y el PAR. CHA e IU ya han mostrado su oposición, Podemos se lo está pensando y PP, Cs y Vox, a lo suyo, que es buscar la hipérbole con adjetivos tremebundos, chascarrillos tuiteros de escasa argumentación política y oponerse en redondo a cualquier interlocución con Cataluña.

Más que unos juegos, lo que Aragón y Cataluña necesitan son encuentros como el que están promoviendo los empresarios de las comunidades que un día formaron la Corona de Aragón. Mirar a Cataluña, a Valencia y a las Baleares, mirar al Mediterráneo y a una forma cultural y social de ver el mundo con una larga tradición. Falta hacen foros como este, y ojalá se instauren encuentros y alianzas de este tipo en la política, la cultura y lo social. Eso sí sería un proyecto político ambicioso y necesario. Y mucho más barato, rentable, eficaz y sostenible que unos juegos olímpicos de invierno de dudoso interés y necesidad.