Opinión | Sala de máquinas

La última de Almodóvar

La última película de Pedro Almodóvar, Madres paralelas, no parece de Pedro Almodóvar. Su fuerte carga de realidad, derivada del tema elegido —la memoria histórica— ha condicionado de tal modo el desarrollo de la trama que las características clásicas del director manchego apenas se entrevén en algún guiño o diálogo.

Aquel tono inconfundible, humorístico, tierno y surrealista de sus películas melodramáticas ha sido sustituido en Madres paralelas por una reivindicación —la memoria histórica— de carácter político. Ni siquiera la presencia de sus actrices fetiche, Penélope Cruz (que carga con la película como el costalero con su cruz) o Rossy de Palma (en un papel irrelevante) consigue entroncar al espectador con las raíces de su cine.

En esa lucha que todo creador sostiene entre la realidad y la ficción, aquí se ha impuesto, yo diría que por primera vez en la carrera de Almodóvar, el realismo. La elección temática ha condicionado por completo el tono y la voz de una cinta clasificada en la categoría de drama porque el pasado trágico español está muy presente. Es el peso de la guerra civil, con todo su dramatismo, y más concretamente el grave peso de todos esos muertos sin tumba, abandonados en fosas comunes, en las cunetas, lo que oprime en todo momento a los actores. En especial a esas madres que, en paralelo, intentan sostener el presente y avistar el futuro, pero que, sobre todo, necesitan desenterrar el pasado. Hasta que no sepamos qué hicieron los nuestros en la guerra civil, viene a decirle una de las almodovarianas madres a la otra, no sabremos quiénes somos.

Desde un punto de vista político, el argumento es más que correcto. Almodóvar asume por completo el espíritu de la ley y la visión de la izquierda española, prescindiendo de cualquier referencia a las víctimas del bando rebelde o a los inocentes ejecutados por los milicianos. En ese sentido, es una película de parte, más reivindicativa que conciliatoria, que recoge y expresa las opiniones reales, no maquilladas por el trampantojo del relato, de un director de cine con compromiso político.

Una llamada a seguir avanzando en la memoria histórica, recuperando trozos de hueso y de pasado, pero su peor película.