Un afamado intelectual proclama un día que está harto de la guerra civil española y al instante sus seguidores desprecian cualquier novela, ensayo o película que aborde la guerra de nuestros abuelos. También están hartos. Un célebre escritor publica un libro «ambientado en el Madrid de 1937», pero se apresura a dejar claro que no va de la guerra. Faltaría más. Otro colega escribe un artículo en el que aborrece a los de la memoria histórica, porque «eso es abrir viejas heridas». Muchos jóvenes lanzan extrañas consignas por internet contra los que estudian el pasado más reciente; algunos no saben quiénes fueron Manuel Azaña o Emilio Mola, pero están hartos. Un cómico se burla de un director por retratar esa guerra en su última película, aunque el filme se ambienta en los años cuarenta. Guerra, posguerra… parece que hay que borrarlo todo.

Pedro Almodóvar explicaba estos días, a propósito de Madres paralelas, que aún falta por hacer la gran película sobre la guerra civil. Si el franquismo sociológico que nos ha caído encima lo permite, claro. Almodóvar tiene muchísima razón. Porque, pese a la sensación de saturación que han creado los hartos, existen pocas películas sobre dicho periodo. Y porque aquel episodio nos sigue marcando la vida. Sobre todo, a quienes ven heridas abiertas cada vez que se remueve una cuneta. Estaría bien que los hartos enumeraran diez películas y diez novelas sobre la guerra civil. Y sin consultar en Google. ¿Sabrían estos decir qué filme se ambienta en la batalla de La Granja, en Segovia? ¿O los poquísimos que han tratado la batalla del Ebro? La ficción sobre la guerra civil es raquítica, pero a algunos lo que les escuece más bien es el peso de la Historia.