Está teniendo mucho éxito el documental 'España, la primera globalización', de José Luis Linares, en el que se defiende el pasado imperial de nuestro país y se combate la leyenda negra de la que hemos sido víctimas durante siglos.

En esencia, el documental de Linares no aporta nada nuevo. No se trata de un trabajo de investigación, ni comunica nada especialmente novedoso, pues la visión histórica de una España universal y bienhechora ya se había acuñado.

Sin embargo, la película divulga una serie de conceptos que, con la desinformación de la actual posverdad, con esta pobre España nuestra irrelevante en el exterior y relevada en su atormentado ser por los cuerpos imperfectos de los nacionalismos irredentos, cantonalizada, resultan muy populares. Como la moral española está por los suelos, cualquier inyección de supuesta autoestima es bien recibida.

A la inseguridad sobre el prestigio y papel de nuestro país hay que sumar las dudas de aquellos historiadores que no saben cuándo nació España, si nació alguna vez, si existe hoy... Frente a tanta incertidumbre y derrotismo, leyenda negra y amenaza de secesión, García de Cortázar, Tamames, Carmen Iglesias, Payne, Alfonso Guerra y una docena larga de historiadores y economistas de ambos lados del Atlántico han aunado fuerzas para proclamar que España fue el primer imperio de la edad moderna. Que nunca conquistó ni colonizó ni masacró (como sí, en cambio, sostiene el documental de Linares, hicieron holandeses, alemanes o ingleses), limitándose a trasplantar a Indias nuestras leyes, usos y modos de vida, universidades, obispados, tribunales, a fin de civilizar los nuevos territorios de ese imperio en el que no se ponía el sol.

En una cosa sí tiene razón Linares. Los escolares españoles llegan hoy a la Universidad sin tener idea de quiénes fueron Fernando el Católico o Hernán Cortes. De la misma forma, los alumnos aragoneses ignoran los nombres de nuestros mejores escritores del siglo XX, Ramón J. Sender y Benjamín Jarnés. A partir de semejantes carencias, manipular la opinión pública es fácil en cualquiera de los dos sentidos: España imperial o España plurinacional, a gusto de cada ideología.

Siendo que la verdad, en historia, no existe.