La rapidez con la que se ha instalado un pánico generalizado por la variante ómicron, que no refleja gran incidencia ni más mortalidad, ha hecho que la histeria se multiplique. Los contagios están disparados pero no así la hospitalización. España goza de un 90% de cuota de vacunación y a los más vulnerables se les está poniendo la tercera dosis. ¿Es posible haber respondido mejor a la pandemia? No, la verdad. Es difícil.

El caos por media Europa por la baja cifra de vacunación deriva de un discurso antivacunas, el negacionismo y la poca dotación sanitaria para facilitar la vacunación. España ha dado ejemplo y toca huir de alarmismos. Es el momento de centrarnos en continuar incidiendo en la vacunación, hacer pedagogía sobre los no vacunados que ocupan las ucis y preparar un marco jurídico de una realidad pandémica que no es cosa de 6 meses. Ni de un año. Sino que ya cumplimos dos años desde su explosión.

Es por eso que, ahora más que nunca, es la hora de una ley de pandemias. Sin sectarismo ni apriorismos. Con un amplio consenso. Todos hemos aprendido de la gestión de una pandemia, de la cogobernanza y de los pasos que hay que dar para restringir. Con sus errores y aciertos, pero ya sabemos lo que hay. Y la gran mayoría hemos aprendido a convivir con esta incertidumbre.

Los altibajos que nos ha dado la pandemia, y aún dará durante los próximos años, hacen que sea más urgente que nunca preparar un marco jurídico estable y que prevea todas las variables. Antes de imponer el pasaporte covid de manera generalizada –que a mi juicio es inconstitucional–, centrémonos en legislar y no dejar a las comunidades sin marco jurídico para controlar la pandemia. Ninguna pandemia se puede sostener con un decreto ley ni con una orden administrativa. Es preciso una ley garantista para todos. Hay que dejarse de 17 modelos distintos y apostar por un criterio único que mejore la eficacia y evita malentendidos.