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Jorge Cajal

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Andaluces de derechas

Los estudios demoscópicos parecen confirmar que la comunidad ha dejado de ser de izquierdas

Los estudios demoscópicos publicados en varios medios parecen confirmar que Andalucía ha dejado de ser de izquierdas, un dato sorprendente si solo tenemos en cuenta los viejos clichés del señorito y el jornalero. En líneas generales, ha sido una región con mucho paro, empleo estacional, poco tejido industrial y que tradicionalmente había votado a la izquierda para desesperación de los opinadores de derechas, que no se cansaban de acusarles de estómagos agradecidos o de votantes cautivos de un sistema clientelar.

Si extraemos las consecuencias lógicas de este tipo de argumentos, se habrían convertido recientemente en personas inteligentes, independientes y con criterio porque la derecha lleva ya una legislatura gobernando. Sería más prudente evitar este tipo de conclusiones sobre la supuesta ignorancia del electorado (vote a quien vote, por cierto, casi siempre le llueven juicios de valor de este estilo) e intentar explicar un fenómeno que podría extenderse a lo largo de este «ciclo electoral» que comenzó en Castilla y León.

Un factor puede ser la patria y el modelo de Estado, es decir, las relaciones que la izquierda mantiene con partidos nacionalistas y las concesiones que estaría teniendo que hacer para obtener mayorías suficientes. Hay una corriente de nacionalismo español, interclasista por definición, que se siente incómoda con esta forma de hacer política y, por lo tanto, seducida por los discursos que hablan de la necesidad de una confrontación directa con estas fuerzas.

Puede que no se comparta la verborrea sobreactuada de la extrema derecha, pero van calando los mensajes sobre un gobierno aliado del independentismo catalán y vasco que estaría descuidando otros territorios del país.

Otra de las causas podría ser el desencanto y la desmovilización del electorado de izquierdas, que está acudiendo a votar cada vez menos, quizás a causa del cansancio por la tradicional hegemonía socialista, por el período conservador de Susana Díaz o por la corrupción del partido. Finalmente, aunque la derecha ha reducido la musculatura de la educación y de la sanidad públicas mientras aumentaban los conciertos con entidades privadas, no se ha percibido como algo tan grave como para erosionar la popularidad de Moreno Bonilla, que pasa por ser un moderado y no un latifundista a caballo. Al fin y al cabo, la pandemia y la falta de inversión han dejado muy tocado al sector público en regiones gobernadas tanto por la derecha como por la izquierda.

Una forma de recuperar la iniciativa política sería continuar poniendo en marcha políticas de izquierdas desde el gobierno central (fijar precios para contener la inflación, recuperar una política fiscal progresiva, seguir insistiendo en el mundo del trabajo como un objetivo fundamental) y aprender algo de la derecha: dejar claro al electorado que la izquierda no se va a fragmentar, que va a gobernar si se consiguen mayorías, que se van a aprobar todos los presupuestos y que se van a agotar las legislaturas.

Si a las coaliciones se les ven las costuras, si se aplazan reformas por cálculos electorales o si se prefiere la oposición como lugar ideal para guardar las esencias de la verdadera izquierda, el electorado lo percibirá y responderá como crea conveniente, pero no debería aparecer como el único responsable de las decepciones poselectorales.

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