El Periódico de Aragón

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Editorial

Trump, un peligro que nunca se fue

El comportamiento del expresidente Donald Trump a raíz del registro del FBI llevado a cabo el lunes en su residencia de Mar-a-Lago y de su comparecencia el miércoles ante la fiscal general de Nueva York tiene poco que ver con el legítimo derecho a la defensa y mucho con el propósito de agrandar la fractura social en Estados Unidos, movilizar a sus seguidores y presentarse como víctima de una persecución política orquestada por el Partido Demócrata. Trump se resistió a salir de la escena cuando se negó a aceptar la derrota frente a Joe Biden en noviembre de 2020 y a partir del 6 de enero de 2021, cuando calentó los ánimos de una multitud enardecida que asaltó el Congreso en lo que, se mire por donde se mire, tuvo todas las trazas de un conato de golpe de Estado. Pero ni cuando se sumó el relevo presidencial ha dejado en un solo momento de trabajar por poner el Partido Republicano a sus pies y alimentar las posibilidades de regresar, y siempre con las mismas malas artes.

Ni el episodio de Mar-a-Lago ni la citación de la fiscalía son fruto de una caza de brujas, como ha dicho el interesado, sino de la fundamentada creencia de que Trump se llevó de la Casa Blanca documentación que la ley obliga a entregar al Estado cuando vence un mandato presidencial y de que la gestión de sus negocios se traduce en una suma de irregularidades contables, incluida la evasión fiscal. Se trata de una situación insólita para un expresidente que, además, quiere presentarse de nuevo en 2024, y aún más para un partido político, el Republicano, que no se ha emancipado de los oscuros manejos de Trump y está arrinconando a las fuerzas que encarnaban un conservadurismo basado más en la moderación, la defensa de los intereses de las grandes corporaciones, la ley y el orden que en la subversión caudillista del sistema. Una actitud que tensiona todos los días la división del país y radicaliza el choque cultural entre el orbe liberal y el ultraconservador.

En tal coyuntura, el comportamiento de Trump lo convierte en un personaje peligroso para la buena salud de la democracia y en un manipulador un gran poder para extender su forma de entender la política más allá de Estados Unidos. No por acogerse a la Quinta Enmienda y no responder a las preguntas de la fiscalía o por criticar al juez que autorizó el registro en Mar-a-Lago, que a ambas cosas tiene derecho, sino por la utilización de tales momentos como palancas de movilización popular llenas de riesgos a tres meses de las elecciones al Congreso, una cita en la que, salvo victoria republicana, es harto difícil prever cuál puede ser la reacción de Trump y cuál puede ser el comportamiento de los gobernadores afectos a su causa. Porque el expresidente ha hecho saltar por los aires todas las convenciones políticas asociadas al juego limpio.

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