El Periódico de Aragón

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Olga Bernad

HOGUERA DE MANZANAS

Olga Bernad

Cosecha negra

Parece que este verano quisiera acabar con una acumulación de famosísimos muertos y, como era de esperar, las reacciones colman los telediarios, los periódicos y las redes. Godard, Javier Marías, la incombustible Reina de Inglaterra… Un mar de obituarios nos inunda. Las esquelas nos resultan fascinantes, quizá porque nos recuerdan que estamos vivos. Creo que las reacciones ante la muerte son un campo de estudio de valor incalculable para observar la naturaleza humana, aunque hay conocimientos que tampoco aportan demasiado, pero siempre he sido una apasionada de la sabiduría inútil.

Qué sutil alegría republicana destilan algunos artículos, qué retorcido colmillo de envidia literaria otros, qué su aquel de pedantería, qué olor a cine club y a años cincuenta, a años setenta, a años ochenta, qué genuflexiones, qué llantos, qué risas, cuánta mala baba y cuánto dolor. Creo que todo es sincero y (casi) todo me sorprende.

Está claro que cada cual tiene derecho a gastar sus lágrimas en lo que quiera y que no toda muerte debe entristecernos. También está claro que no toda persona tiene por qué gustarnos. Pedir sentimientos ante cada óbito me ha parecido siempre el colmo del cinismo, pero… darle la gran lanzada al moro muerto me ha parecido también el colmo del mal gusto. Han tenido toda una vida para criticar a los finados antes de que se murieran y pueden seguir haciéndolo dos o tres días después. Qué necesidad hay de hacerlo de cuerpo presente y en algunos casos con una virulencia que hace asomar un disfrute tan atroz. No sentir dolor no implica olvidar que es muy elegante respetar el posible dolor de otros. Recuerdo a Marco Aurelio, desde la montura del Imperio, negando la épica y los clarines, suavizando la mirada: La muerte nos sonríe a todos, todo lo que un hombre puede hacer es devolverle la sonrisa.

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