El Periódico de Aragón

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Olga Bernad

Hoguera de manzanas

Olga Bernad

20-N

Ayer fue una fecha señalada en medio del otoño. Un 20 de noviembre murieron Buenaventura Durruti y José Antonio Primo de Rivera, ambos en el 36, ambos muy jóvenes. Un 20 de noviembre murió Franco, viejo y enfermo, en su cama. En 20 de noviembre se fue también la duquesa de Alba, que parecía inmortal. Hay días raros de noviembre en los que el pensamiento se llena de epitafios. Hic iacet pulvis, cinis et nihil, dice la muerte, dice la vida, dice la gente, dice el 20-N, dice la tumba del Cardenal Portocarrero en la catedral de Toledo. Y el alma se debate entre el consuelo y la terribilitá de esas sencillas letras sobre el mármol.

En cualquier caso, es como si el 20 de noviembre tuviera predilección por la reciente historia española, a veces dejando morir, a veces asesinando, a veces ejecutando. Noviembre sabe a epitafio histórico. Sobre la bala que mató a Durruti parece que hay versiones variadas, lo de José Antonio solo tiene una versión. Y lo de Franco y la duquesa…, pues mire usted, a todo el mundo le llega su hora para tristeza o alegría de los que quedan, que de todo hay siempre.

Mirándonos por encima de su otoñal hombro, noviembre nos recuerda que no hay victoria que dure cien años ni cuerpo que lo resista. La primera celebración no deja de ser un pistoletazo de salida para la cuenta atrás hacia la derrota del tiempo. Cómo atenúa todo con su peso blando y palmario. Algunos aún recordamos el aniversario de la muerte de Franco como un día que sonaba un poco estremecedor, un día en el que siempre había manifestaciones nostálgicas de un tiempo que ya entonces se había ido irremediablemente para siempre, con su olor caduco y su miedo al futuro, con su nostalgia y su esperanza, su qué va a pasar. Nada, responde ahora el lento y frío noviembre, literario por la vía manriqueña, impasible el ademán.

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