HOGUERA DE MANZANAS

Hay libertad por los pelos

Olga Bernad

Olga Bernad

Hoy me levanto pensando en la libertad. Que cada corazón arda en la hoguera que más le guste. Yo me centraré en un ardor íntimo oscuramente ligado a ese concepto: hace un tiempo leí un artículo en el que los dermatólogos alertaban sobre el aumento de las enfermedades de transmisión sexual producido por la costumbre ya casi masificada de la depilación genital. No quiero entrar en detalles escabrosos pero parece ser que los seguidores de tales usos olvidan que el preservativo no protege la zona púbica que –irritada y desamparada– ofrece a los microorganismos un paraíso para la infección. Condilomas, impétigos y qué sé yo florecen a placer. Y es que si el pelo estaba ahí, por algo era. Alguien puede pensar que ese aumento tiene que ver con la laxitud de costumbres sexuales entre los jóvenes. Parece ser que no. Esa laxitud tendría su cara peligrosa pero también su cara alegre; esto otro solo oculta un negocio debajo de las faldas. Detrás de nuestros pelos hay ya una potente industria y, como todas, procura que lo que ofrece sea, más que una simple elección, una necesidad generalizada. Y nos han convencido de que necesitamos depilarnos no solo las axilas y las piernas en un tributo razonable a la estética y la higiene, sino también los genitales, íntegramente, como peces suaves e inocentes de tacto cuasi plástico (y todos: hombres y mujeres, a la igualdad por la vía de la ampliación de mercado). Lo necesitamos o, en su defecto, lo preferimos. Pero preferir no es necesitar y las preferencias no siempre tienen que ver con nuestra libertad sino con su capacidad para comernos el coco. El coco o lo que sea, se comerán todo lo que les ofrezcamos mientras pagamos por ello con nuestro dinero y nuestra salud. Cuánta inocencia del revés en nuestro inmaculado pubis. Qué ardor más poco guerrero nos aguarda.

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