Luces de la capital

Laura Bordonaba

Laura Bordonaba

Tuve una época en la que no me gustaban las luces de Navidad. En realidad, creo que pasé por la típica época en la que tiene que disgustarte todo lo que le gusta a casi todo el mundo. Las luces, el cine «comercial», o ir de vacaciones a la playa. No es extraño, hay una edad en la que la pertenencia al grupo es importante, pero a la vez, buscas diferenciarte y ser «especial». Sin darte cuenta, al querer ser especial, acabas siendo un cliché porque en la vida realmente hay muy pocas personas que hagan cosas realmente especiales o diferentes y que supongan un cambio significativo y de impacto para los demás.

Y sin darte cuenta, acabas cayendo a su vez en esos tópicos de: «Ay, madre, cómo está la juventud». Que si no saben despegarse del teléfono, que si todo el día con los selfies, que si qué vergüenza porque llevan camisetas de grupos que no han escuchado en su vida, que si no cogen un libro… que si nosotros no éramos tan parras ni tan egoístas. No, qué va. Se nos ha olvidado que vivíamos para nosotros, y con vistas al fin de semana siguiente. Que los demás estaban en un segundo plano y que todo era para ya. Que podíamos pasarnos horas al teléfono y horas pegados al televisor.

Pero yo venía a hablar de la Navidad, con sus luces, sus vermús y sus cenas, sus buenos deseos, su bombardeo de publicidad para ser más feliz y su parte consumista. Y es que a mí me gusta, me gusta más allá de todo eso, porque me gusta reunirme con personas con las que afortunadamente, me reúno el resto del año. Ayer, en el autobús, un señor muy mayor miraba con ojos nuevos las luces de los puentes Santiago y de Hierro a nuestro paso por el Puente de Piedra. «Qué bonita está la capital, con sus luces. Qué bonitos están los puentes. Qué bonito está, sí señor». «Preciosos», le dije yo. Y ninguno habló de temas de gasto, de energía, de ayuntamientos y elecciones. Solo la tarde lluviosa y las luces. Me pregunté si ese señor alguna vez había pasado una etapa en la que no las disfrutaba, en si había intentado no ser un cliché de algo. A mí su espontaneidad compartida y su manera de referirse a Zaragoza me parecieron especiales, honrando ese espíritu de la Navidad que decía Dickens, que habría que intentar mantener todo el año en nuestros corazones. Escribía Víctor Hugo que amar la belleza es ver la luz. Es cierto que hay algo en la belleza que nos salva y nos pone a cubierto del fuego enemigo. No lo olvidemos, las verdaderas luces son siempre las personas. Feliz noche.

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