La suerte de los valientes

Se dice que Napoleón elegía a sus generales en función de su suerte

Javier Martín

Napoleón vuelve a estar de moda; en 2023 se estrenará una nueva aproximación cinematográfica a su vida, de la mano nada menos que de Ridley Scott y Joaquin Phoenix.

Se dice que Napoleón elegía a sus generales en función de su suerte. Uno imagina a Napoleón examinando, con la mano en el pecho, el C.V. de un candidato a General del Imperio y preguntando a sus asesores con gesto serio: «¿y éste... tiene suerte?». Si la respuesta era positiva, adelante con el nombramiento; si resultaba vacilante o negativa, pues no, ése a primera línea del frente. Había que preservar a los afortunados para la retaguardia y condenar a ser carne de cañón a los valientes sin suerte. Es lo que se conoce como profecía autocumplida: los nacidos con estrella siguen teniendo suerte y los estrellados efectivamente se estrellan.

Pedro Sánchez tiene suerte. Es algo evidente que debería figurar ya en su C.V., no sé si antes o después de su tesis doctoral. La tuvo siendo nombrado Secretario General del PSOE, la tuvo contra todo pronóstico resucitando de sus cenizas tras ser defenestrado, volvió a exhibirla al sacar adelante la moción de censura contra Rajoy y la revalidó al ganar dos veces seguidas unas elecciones generales.

Además de tener suerte, algunos dicen que nuestro Presidente del Gobierno es valiente, que va a por todas y que se atreve con todo: desde llamar indecente a la cara a Rajoy, a abrazar cariñosamente a Junqueras como si fuera un peluche. No le tiembla la mano a la hora de conceder indultos a irreductibles secesionistas, pactar con obstinados enemigos de España, eliminar o suavizar delitos molestos o hacer lo que sea necesario para superar engorrosos bloqueos institucionales.

Pedro Sánchez tiene la suerte de los valientes y administra con valentía napoleónica la suerte del Imperio, lo que le permite seguir teniendo la suerte del vencedor y el poder necesario para condenar a los desafortunados que no comparten su visión de la realidad.

En 2023, además del estreno de ese nuevo Napoleón, habrá elecciones en España, muchas elecciones. Los ciudadanos tendremos la suerte de ser un poco Napoleones y poder participar, con la papeleta en el pecho, en la elección de nuestros generales. Muchos no sabrán a quién votar y en lugar de votar a sus afines ideológicos, acabarán votando al político que tiene la suerte de su parte, con la esperanza de que su providencial fortuna sea la de todos.

Me atrevo a vaticinar que el coste político para el PSOE de toda la batería legislativa de la última semana de 2022 será muy pequeño y que, salvo sustos inesperados, la mejora de la economía del país, una política social expansiva y las subidas salariales que dependen del gobierno (pensionistas y funcionarios) harán olvidar todo lo demás.

Probablemente, la suerte seguirá acompañando al doctor Sánchez, que tiene todo un año por delante para seguir siendo valiente. Si gana las elecciones y la necesidad de apoyos para formar gobierno le obliga a ello, tal vez en la próxima legislatura acabe teniendo el arrojo necesario para desdecirse y recetar un nuevo antiinflamatorio para Cataluña, en forma de referéndum pactado. Porque miren ustedes, se va demostrando que la suerte es de los valientes y que los valientes tienen suerte. Si el coraje y la fortuna se alían, a quién pueden importarle la justicia, el mérito, la verdad o la razón.

Pero en el PSOE hay más valientes. Tal vez no estén en el lado correcto de la historia en estos momentos y sean acusados de vivir en el error, pero existen esos dos barones díscolos, Javier Lambán y Emiliano García-Page, que de vez en cuando se salen del guión y señalan que el Emperador pasea desnudo ante sus súbditos, como en el cuento de Andersen.

Napoleón acabó sus días preso en una mansión de una pequeñísima isla del Atlántico sur, desde donde no podía ejercer ni su innegable valentía ni su poder para repartir suerte entre aquellos que ya la tenían. Dicen que agotó sus días lamentando su mala suerte final y atisbando potenciales asesinos por doquier. El cine sigue haciendo fortuna con el personaje y la psiquiatría no lo ha olvidado nunca: se cuentan por millares los delirantes pacientes que se creen Napoleón y que han seguido y siguen dirigiendo batallas y eligiendo Generales, mientras pasean de un lado a otro, muy erguidos, con una mano en el pecho y la mirada perdida en el escaso horizonte de las blanquísimas y acolchadas salas de los sanatorios del mundo entero.

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