LA RÚBRICA

‘Fuego de tronos’

La contradicción de nuestra sociedad es que hemos equiparado el éxito a la dependencia

José Mendi

José Mendi

El triunfo del estímulo sobre la respuesta es la mayor alienación humana. Una adicción no produce placer cuando se consuma, sino necesidad de volver a sentir esa dependencia. La obligación de repetir compulsivamente una conducta, sin valorar el resultado de la misma, es lo que lleva a la obligación de insistir en la misma. No se disfruta de la consecuencia ni se sufre por su efecto. Lo que importa es la ejecución y no el premio o castigo que conlleva. El malestar deviene de la imposibilidad de realizar la conducta que nos domina.

La contradicción de nuestra sociedad es que hemos equiparado el éxito a la dependencia. Si un producto crea la necesidad, es un triunfo comercial. Si un grupo musical es venerado por sus seguidores, todo son giras a su alrededor. Si una religión arrastra a sus fanáticos, no hay dios que los pare. Si la información nos tiende sus redes, su credibilidad se mide por impactos y no por certezas.

Si la realidad se convierte en un meme, lo imaginario pierde la ilusión. Al final, los sueños son las pesadillas que se muerden la cola. Nos convertimos en adictos al trabajo, para vivir, y así no disfrutamos de la vida laboral. Consumimos por adicción, pagando con aflicción y gastando con inflación.

La adicción al juego no solo está en la ludopatía. También existe una atracción específica hacia el juego como estrategia de poder en las relaciones sociales. La denominada «teoría de juegos» implica que debemos tener en cuenta cómo influyen en los demás nuestras decisiones, tras la repercusión de estas en su comportamiento. El problema es que nos gusta mostrarnos como inteligentes jugadores de ajedrez que dominan el escenario pero, en realidad, no controlamos las posibles respuestas del adversario.

Sobre el tablero, un jugador siempre gana al otro o ambos empatan. Pero la competencia social es multidimensional y se ejecuta en modo «multijugador». Podemos ganar perdiendo y podemos ser derrotados tras una victoria. También hay una forma en la que todos triunfan: jugar en equipo. Lástima que nuestra condición humana nos impulsa a rentabilizar nuestra posición particular sobre la del grupo. Está adicción al egoísmo ganador nos hace perder la razón. El narcisismo es tan adictivo para uno mismo como destructivo para lo colectivo.

La estrategia del juego político es más reducida que la del cuadrilátero de escaques. No existen las elecciones nulas. Ni siquiera las que han llevado a su repetición lo son. Hay más movimiento electoral ahora que en la campaña de mayo. La cosa está que arde, en pleno fuego de tronos.

Faltan menos de dos meses para que se registren las coaliciones que concurrirán a los comicios municipales y autonómicos. Y el «dilema del prisionero» es tan fundamental para la «teoría de juegos» como para la práctica de los votos en juego. Según este dilema, dos (o más) personas (o partidos) pueden no cooperar incluso si ello va en contra del interés de ambas (o de todos).

Es la duda que se plantea en la izquierda ante la colaboración o no de Zaragoza en Común, Podemos, CHA e IU que impulse a Sumar en beneficio de un apoyo común con el PSOE, para asentar el gobierno de Aragón, ganar en Zaragoza, consolidar Huesca y crecer en Teruel.

Esa misma incertidumbre recorre a un PAR lánguido, tras la demolición de su chimenea política, que podría mirar a Teruel Existe, para existir en Aragón como un proyecto centrado de recuperación aragonesista. O quizás hacia los de Soro, para reencontrarse con un lejano parentesco común. La esquizofrenia de tronos cruza a un Sánchez-Garnica, adicto al Pignatelli, con un Guitarte más remiso a ocupar los sillones del gobierno.

La disyuntiva se cierne sobre unos Ciudadanos cuyos votos se pierden en el tiempo, sin primarias ni primavera, como lágrimas en una lluvia de refresco naranja. La vacilación cunde en un PP, cuyo dilema es ser prisionero de Vox, mientras encarcela en sus listas a los vecinos de escaño. El alcalde engorda con sus fichajes, pero sigue siendo muy triste comer solo. Ni siquiera disfruta de la música de fondo que llega hasta sus oídos. Es el Coro de los Peregrinos de Tannhäuser, que entona sus plegarias acercándose desde la lejanía.

El grupo de Aragoneses lo encabeza un anciano Biel, báculo en mano, que camina junto a la joven Allué, tras expiar sus pecados del pasado. De sus gargantas emerge tanta fe como renovadas convicciones: «La gracia de la salvación has concedido al penitente, alabaré a Azcón por el resto de mis días, ¡aleluya! ¡Por siempre aleluya!».

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