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Viaje con nosotros

De repente, me viene a la memoria la fábula de la liebre y de la tortuga

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Al viajero que llegue a la estación de Zaragoza-Delicias en tren de alta velocidad, le dará la bienvenida (nada más abandonar la rampa mecánica que le conduce hasta la planta calle de la estación) un inmenso módulo tridimensional, en el que se ha impreso este sugerente slogan publicitario: «No todos los transportes son como el tren. No todos los trenes son como Renfe».

Sin embargo, como usuario frecuente de la compañía de transporte ferroviario, en poco más de tres semanas (la primera vez fue el 31 de marzo) mi tren ha llegado o salido en 4 ocasiones con más de una hora de retraso. Personalmente, esto jamás me había ocurrido en más de 50 años como viajero de tren.

Pero las demoras más insólitas me acontecieron en la estación de Delicias los días 17 y 23 de abril, en sendos viajes desde Zaragoza a Madrid. Ambos trenes AVE en los que viajé acabaron saliendo desde la estación de Delicias con más de 2 horas y media de retraso.

A esta tardanza (con los consiguientes perjuicios derivados) se unió la deficiente información por parte del personal de Renfe. La cabina de control de billetes se hallaba vacía y tan solo una tímida pantalla de apenas 40 pulgadas de tamaño, para una inmensa sala de espera, anunciaba a los contrariados viajeros que la salida prevista del tren se demoraba (en principio) 30 minutos.

Sin embargo, la hora anunciada había llegado, el tren no llegaba, la información de la pantalla no variaba y los viajeros inquietos, como es normal, nos afanábamos en buscar a algún empleado de Renfe que nos indicara a qué era debido el retraso y cuánta la demora total. Mientras, una niña dormía placenteramente recostada sobre uno de los blancos bancos metálicos de la sala de espera, apoyando su cabeza en el regazo de su madre, mientras ésta hablaba por teléfono.

De vez en vez se hacían corros entre los viajeros y se oía una voz, apenas audible, de una empleada de Renfe que reclamaba a los viajeros de una determinada hora. Y ante las preguntas de estos, respondía: «Por favor, no entren en pánico y siéntense en espera de noticias. Está habiendo un reajuste de horarios». Lo curioso es que nadie había entrado en pánico y que la respuesta serena de los viajeros a la asombrosa demora, fue en todo momento ejemplar. ¿Y a qué es debido el retraso? Una sonrisa condescendiente fue todo lo que obtuve por respuesta de una de las azafatas.

Mientras tanto, contemplo con sorpresa cómo la salida de los automotores y tamagochis con destino a Casetas, o a Miraflores son puntualmente anunciados y salen con elegante puntualidad, como si las viejas máquinas de diésel se mofaran de los veloces y electrificados AVE. Y de repente, me viene a la memoria la fábula de la liebre y de la tortuga.

Finalmente oigo en la lejanía que los viajeros con el número de mi tren somos reclamados viva voce para el control de nuestros billetes previamente al embarque. Ya en la vía, compruebo, una vez más, que la hora de salida que se anuncia en los luminosos lleva un importante desfase con la real de salida, que se produce 30 minutos más tarde respecto a lo que los paneles indican.

Ya una vez ha arrancado, el AVE hace honor al significado de su acrónimo y vuela sobre la vía a velocidades de hasta 300 kilómetros por hora, llegando poco más de hora y cuarto después de su salida (eso sí, con dos hora y media de retraso sobre la hora prevista) a la madrileña estación de Atocha.

Pienso en quienes han perdido enlaces con otros trenes, en quienes debían coger un vuelo que muy posiblemente hayan perdido, en quienes habrán debido coger un taxi porque quien les iba a recoger a la estación ya no habrán podido hacerlo... Creo que a la hora de publicitar un medio de transporte: «No todos los trenes son como Renfe...» la publicidad más efectiva no es la que promete un servicio, sino la que ofrece garantías de su cumplimiento, pues de otro modo estamos ante una publicidad engañosa. Y Renfe debe estar a la altura de las necesidades de los viajeros de un país moderno que confiamos en este medio de transporte.

Finalizo (creo que tomarse los problemas con humor contribuye también a su mejor solución) con la imagen de una película (cuyo título no recuerdo) de los años 50 que recordé cuando comprobé que las empleadas de Renfe se dirigían a los viajeros a voz en grito y no a través de megafonía. Pues bien, la escena es la siguiente: Un tren de vapor está en la vía y la locomotora anuncia con su pitido que va a arrancar. El jefe de estación va recorriendo a su vez la vía tocando la campanilla y anunciando: «Viajeros al tren». De pronto se detiene al lado de una pareja. Un joven marinero, con su macuto y gorro blanco y su novia se besan apasionadamente, despidiéndose antes de que él suba al tren para cumplir con sus deberes militares. Entonces, el viejo jefe de estación, consciente de lo dramático de la separación de los enamorados, saca su reloj de bolsillo, lo mira con atención y después le dice con ternura al joven: «Lo siento hijo, pero es la hora y el tren debe partir».