Sala de máquinas

Patriotas

Juan Bolea

Juan Bolea

Uno de los aspectos más absurdos e irritantes de la vida política española, en general, y de las campañas electorales, en particular, viene siendo, ya el rechazo, ya la apropiación de los símbolos nacionales por parte de unos y otros partidos.

Así, si alguien luce una pulserita con la bandera de España será, según quien lo mire, un «facha» o un patriota. Si otro cualquiera blasona de bandera autonómica, será, dependiendo de quien lo observe, un nacionalista o un traidor. En el caso de que un colectivo organice un homenaje a la bandera republicana o al escudo franquista, sus integrantes serán elementos totalitarios o fascistas, según quienes los califiquen… En lugar de lo que, según la Constitución, todo el mundo en nuestro país debería ser: ciudadano demócrata.

En los países de nuestro entorno occidental, al que se supone pertenecemos, dichas usurpaciones o conflictos se dan muy raramente. Los símbolos de la República, en nuestra vecina Francia, para citar algún ejemplo, son respetados por una gran mayoría de franceses. Lo mismo sucede en Gran Bretaña con su monarquía parlamentaria. En Estados Unidos, con su institución presidencial. En Alemania, con su canciller. En otras muchas naciones, con sus banderas, himnos y escudos, símbolos por lo general muy respetados y aceptados por la mayor parte de sus poblaciones, orgullosas de compartirlos sin hacer usos marginales o indebidos de ellos.

En el mismo y muy respetable plano de respeto institucional, también valoran y respetan nuestros vecinos europeos y atlánticos sus respectivas historias, cuyas páginas hace mucho tiempo que dejaron de desempolvar para rebuscar entre los renglones torcidos del pasado algún argumento con el que zaherir los planteamientos presentes de sus adversarios contemporáneos.

Quizá deberíamos aprender nosotros, los españoles, de estos y otros ejemplos de unidad nacional. Gracias a cuyos benéficos, por solidarios, resultados, portugueses, belgas, austríacos, polacos y otros miembros de la Unión Europea han sabido limar sus diferencias territoriales e ideológicas en torno a una unidad que, en la España del País Vasco y Cataluña, pero sobre todo en la España de la intolerancia, brilla por su ausencia.

El grado de amor al país y a sus símbolos varía, como el patriotismo, según cada uno, pero españoles, llevemos o no insignia, pulserita o bandera, somos todos.

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