Canícula

Es el nombre de la más hermosa de las estrellas de la constelación del Can Mayor

Luis Negro Marco

Luis Negro Marco

Canícula (perrito, en latín) es el nombre que recibe la más hermosa de las estrellas de la constelación del Can Mayor, llamada propiamente Sirio, la estrella fija más brillante del cielo nocturno. Los astrónomos del antiguo Egipto habían ya observado que la aparición de Sirio (ellos llamaban a esta estrella Sothis) cada año en el cielo, tenía lugar justo antes del desbordamiento anual del Nilo.

Para los egipcios, ese momento tan transcendental para sus vidas (pues las crecidas aguas del Nilo propiciaban la existencia de pasto para sus ganados, así como el riego para sus campos sembrados, garantizando la abundancia de trigo para todo el año) era el día del año nuevo, el día en que la estrella de la diosa Isis aparecía en el cielo.

Los griegos dieron a esta estrella (el Ojo en el cielo según el título de la canción que a ella dedicó Alan Parsons) el nombre de Sirio, derivado de la palabra Seiréin (sequía) ya que durante la canícula (las más altas calores del verano) la estrella Sirio nace y se pone con el Sol, anunciando con su diarios alba y ocaso caniculares, el raquitismo de los campos y los grandes incendios en los bosques.

Y fue también en la antigua Grecia donde se llamó al canicular, o periodo siriano (el cual se extiende desde finales de julio hasta finales del mes de agosto) como los «días del perro» durante los cuales se propagaban las más peligrosas epidemias (la peste, durante la Edad Media y ya en tiempos más recientes el cólera) por lo que no es casual que San Roque, patrón al que se invoca contra estas enfermedades, tenga su celebración el 15 de agosto, en plena época canicular.

Por otro lado, mientras duraba la canícula, los romanos -que temían este tiempo de sequía por el daño que podía ocasionar en la cosecha de frutas- adoptaron pronto la costumbre de inmolar a un perro de crin rojiza en sus templos, en la esperanza de agradar así a Sirio y que de este modo, la deidad estelar les correspondiera con temperaturas moderadas, propicias para un otoño con una excelente producción frutífera en los campos.

De manera que, con todo lo apuntado hasta ahora comprenderemos mucho mejor el porqué de cuando hace un mal día (canicular, de mucho calor, en sus orígenes, aunque también después para referirnos a un día de temporal, intensamente frío y lluvioso) usamos la expresión: «hace un día de perros», y que esta expresión no conlleva ninguna connotación negativa hacia «el mejor amigo del hombre», ya que hace referencia a una constelación a la que ya en la Antigüedad (como a tantas otras constelaciones, que tienen nombres de animales) se le dio el nombre de la constelación del perro (can).

A este respecto cabe también destacar, como curiosidad, que «caniculario» fue el nombre que recibieron los perreros que había en las iglesias durante la Edad Media y que en el argot de la Cuba española anterior a 1898, la denominación de canícula tenía también la acepción de persona boba o mentecata.

En tiempos pasados, cuando la canícula apretó fuertemente, con calores excesivas aún para el verano, se registraron grandes catástrofes. Por citar tan solo algunas de ellas: los cronistas afirman que en el año 1152 en algunas playas españolas hizo un calor tan intenso que se podían cocer huevos en la arena. También que, en 1227, en varias ciudades europeas, murieron asfixiadas un gran numero de personas y de animales por causa de las altas temperaturas. O que, en 1302, quedaron prácticamente sin agua los ríos Rhin y Danubio, debido a la fuerte sequía estival. Y lo mismo ocurriría en 1538 con los ríos Sena y Loira.

Trágica fue también la canícula del año 1394, cuyo excesivo calor provocó, a decir de las cronistas de la época, la quema de las cosechas en buena parte de Europa, hecho que volvería a ocurrir en 1555. Y ya en 1614, diversas fuentes afirman que en Francia y Suiza el calor canicular fue tan intenso que quedaron secos hasta los pozos.

Así mismo es interesante constatar que, a lo largo de la Historia se ha podido determinar una relación estrecha entre el cambio climático y el cambio social y político. El caso más palpable lo encontramos en la Revolución francesa de 1789, precedida de varios años de canícula espantosa que arruinaron las cosechas, privando a la población de lo más esencial aún para subsistir. Y fue este clima de desesperación social el que propició –con el beneplácito de buena parte de la nobleza y de las élites económicas– el derrocamiento de Luis XVI, quien, siendo encontrado culpable del delito de conspiración contra la Revolución, fue condena a muerte y públicamente ajusticiado en París, el 21 de enero de 1793.

Nunca hasta entonces se habían perdido tantas cabezas como las que rodaron, en el nombre de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, en el transcurso de la Revolución francesa. Y todo por la pertinaz sequía provocada por la canícula .

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