Sala de máquinas

Yolanda y los ovnis

Juan Bolea

Juan Bolea

En la nueva y sugerente novela de Paolo Giordano, Tasmania (Tusquets) se habla del síndrome de Kessler, nuevo fenómeno científico derivado de la acumulación de satélites en nuestra órbita terrestre, y de los riesgos de accidentes que con ellos se corren.

Dichas máquinas no están compuestas de elementos gaseosos o mágicos, sino de tornillos y tuercas, como cualquier otro artefacto. Si uno de esos clavos se desprende de una estación, satélite o nave, el espacio lo impulsará a tal velocidad que se convertirá en un arma, en una bala, en un proyectil impulsado a treinta mil kilómetros por hora capaz de atravesar la roca, el acero, el hierro, y destruir cualquier objetivo. Los fabricantes de estos ingenios extraorbitales son conocedores de tales peligros, así como de la posibilidad, nada irreal, de que una futura reacción en cadena destruya las estaciones supraorbitales amenazándonos a todos con una lluvia letal de chatarra. De ahí que construyan búnkeres para protegerse o diseñen planes para ponerse a salvo en alguna otra luna o planeta.

Por suerte para el pueblo, tales planes han llegado a oídos de Yolanda Díaz. La vicepresidenta del gobierno español se ha apresurado a denunciarlos públicamente, a fin de que los españoles sepan que hay malvados millonarios atentando contra la seguridad de la tierra, en general, y la de España, en particular.

El peligro exterior, según la lideresa de Sumar, no procede de los meteoritos, marcianos ni ovnis, sino de estos pájaros de altos vuelos y carroñeros buitres de órbitas. Oyéndola mitinear como una heroína de Asimov, camaradas terrícolas se sumarán a esa nueva lucha contra los magnates de las galaxias, pero, para demostrar que no siempre está en las nubes, ni reflexionando sobre el síndrome de Kessler, Yolanda ha aterrizado en la España de Pedro Sánchez y exigido nuevas bases en forma de ministerios.

Hasta cuatro pide. Entre ellos, el de Igualdad, con la misión de abducir a su rival, Irene Montero, convertirla en androide y teletransportarla a un espacio exterior a la política española, allá donde no haya cohetes ni coches oficiales, tan sólo la soledad del votante sin búnker que ruega para que un trozo de ordenador no lo descabece desde del espacio, y que todavía cree en E. T.

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