Las Cortes de Aragón y una presidenta
La presidenta de las Cortes de Aragón (los de Vox insisten en llamar a la mujer que preside como «presidente», obviando que el término «presidenta» está aceptado por la RAE desde 1803; ¿se habrán quedado en el siglo XIX?) ha cesado al jefe de protocolo, don José María Gimeno, que lleva décadas trabajado con una entrega y una eficacia extraordinarias, y lo ha hecho con presidentes y presidentas de todos los colores políticos. Lo conozco desde hace tiempo, puedo dar fe de su capacidad, de su bienhacer (término que admite la RAE en el diccionario de 1933; ahora prefiere «bienfacer») y de su impecable profesionalidad. Su cese es una arbitrariedad que no se debería consentir.
Supongo que la errada decisión de la presidenta se debe a lo ocurrido durante la visita de la ministra de Igualdad. Dicen algunos que fue la ministra quien no quiso dar la mano para saludar, pero he vuelto a ver las imágenes y está claro que cuando se acerca la ministra a la presidenta, esta última espera a la puerta de la Aljafería con las dos manos colocadas ostensiblemente en la espalda, y la ministra, avezada ya en estas lides, evita alargar la suya para no quedarse con la mano al aire, como sí le sucede a la secretaria de Estado, que segundos después sí ofrece su mano a la presidenta, prueba de que iban a saludarla, y ésta no se la da, mira para otro lado y mantiene sus manos pegadas a la espalda, dejando a la secretaria de Estado con la mano colgada, cual inexperta panoli.
La mala educación y la falta de respeto que demostró la presidenta de las Cortes de Aragón, que ese momento no actuaba como militante de Vox, sino como la segunda autoridad de la Comunidad Autónoma de Aragón y representante de la soberanía del pueblo aragonés, van de la mano, nunca mejor dicho, de esas otras actitudes de esta señora, que está convirtiendo las Cortes de Aragón en un cortijo arrabalero.
La política se ha convertido en un cenagal en el que ya ni siquiera se respetan las mínimas normas de decoro, elegancia y señorío, hace tiempo sustituidas por la zafiedad, la grosería y el sectarismo. Valga esto del sectarismo para la presidenta del Congreso de los Diputados, que fijó una fecha para la investidura del candidato del PP a presidente del Gobierno, pero permite que sea el candidato del PSOE quien decida la que mejor le convenga.
Claro que esto es peccata minuta comparado con lo que se acaba de pactar para la investidura presidencial: que sean las Comunidades más pobres las que financien a las más ricas. ¡Qué cosas pasan!
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