El Niño No

Roberto Malo

Roberto Malo

El Niño No nació en noviembre. No podía ser de otra manera. Tan notable alumbramiento no significó mucho para la historia de la humanidad, pero para su entorno familiar supuso una gran noticia. Era el bebé más guapo del mundo, al menos a los ojos de sus papás, pero él –nobleza obliga– nunca alardearía de ello. Su primera palabra no fue ni mamá ni papá. Fue «no». Lo dijo claramente, sin titubeo alguno, formando una gran O con la boca: «No». Fue una señal muy evidente que envió al mundo, como para dejar clara su postura en la vida. De hecho, se convirtió en la palabra que más iba a utilizar a lo largo de toda su existencia. Aprendería a hablar perfectamente, con una riqueza de vocabulario increíble, pero la negación la llevaba escrita a fuego en los genes. Si le preguntabas si quería comer, te decía que no. Si le demandabas si quería salir, te respondía que no. Si le sugerías si quería jugar, alegaba que no. Si le dabas a elegir entre dos opciones, te decía que no a las dos. Por norma, a cualquier requerimiento respondía que no. De forma rotunda y definitiva. De noche, se asomaba a la ventana y gritaba notoriamente: «¡Noooo!». No resultaba muy normal, no. Le gustaba leer, eso sí; no todo estaba perdido. A un buen libro no podía negarse. Y a un mal libro tampoco. Le gustaba asimismo hacer teatro. Tomaba una calavera y declamaba: «No ser o no ser, esa es la cuestión». Y le encantaba recitar monólogos. Practicaba en el espejo; se llevaba bien con su reflejo. Soñaba con ser nominado a los Oscar. Y con ganar el premio Nobel. Tal vez para darse el gustazo de rechazarlo. Cuando ya tuvo cierta edad para comprender las cosas, escribí un cuento sobre su persona y su vida (su vida todavía no daba para novela). Le pedí que lo leyera. «Preferiría no hacerlo», respondió, delatando sus muchas lecturas. Pero lo leyó. «¿Te ha gustado el cuento?», le pregunté. Respondió (para no perder la costumbre): «No».

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