‘Pachinko’
Como bibliotecaria siempre digo que la familia es un temazo inagotable que se ve reflejado en las múltiples obras de nuestras colecciones. Como escritora, afirmo que es muy difícil escapar de algo a lo que siempre volvemos para intentar ajustar alguna pieza o sellar alguna grieta.
Estos días estoy viendo Pachinko, una serie que llega desde Corea y que asumió el reto de contar la historia de cuatro generaciones de coreanos, de la colonización que el país sufrió por parte del imperio japonés, y que sobre todo habla del legado y de averiguar quiénes somos, y del intento de que el amor siempre sea suficiente para ponernos a salvo.
Una vez leí que un hijo nunca podrá querer a sus padres tanto como sus padres lo quieren a él, y como él a su vez querrá un día a sus hijos. Supongo que así sobrevivimos, por el férreo amor que derraman nuestros padres y que injustamente a veces olvidamos. El Pachinko es un juego de azar japonés, una combinación entre las máquinas de pinball y tragamonedas, en el que las personas depositan cientos de bolitas de acero con la esperanza de que caigan en una de varias canastas o agujeros mientras chocan y son desviadas aleatoriamente por clavos y otros obstáculos.
Imagino que cuando nacemos a nuestros padres les dan un Pachinko imaginario en el que entrenan día a día queriendo que nada nos toque, pero sabiendo que la suerte competirá con la destreza.
Lo maravilloso de la serie es el arco temporal tan amplio que traza, llegando hasta 1989, con Solomon, el nieto de Sunja, la protagonista, volviendo a Japón desde Estados Unidos, una tierra a la que muchos coreanos emigraron, para cerrar un exitoso trato de negocios hoteleros. A través de la protagonista vamos conociendo la historia de esa familia, y de las huellas que el pasado ha dejado en todas las ramas que se extienden hacia el futuro. El cuenco de arroz que en el pasado significaba esfuerzo y ofrenda sigue uniendo como si de un hilo se tratase a los protagonistas, hasta llegar al presente de Solomon convertido en algo cultural e identitario.
Lo que creo que hace magnífica a esta serie es que nos cuenta dos historias, la universal e histórica y la íntima.
Al final nos pegamos a la piel de Sunja, de Solomon, de Hansu, de Isak, y reconocemos en su historia la del desarraigo (y también la fe en lo que tiene que llegar) que se ha contado en muchas familias que conocemos. Un hatillo de ropa en el pasado, una maleta en el presente, recordando que los seres humanos somos historia y memoria.
Suscríbete para seguir leyendo
- Georgina Rodríguez se queda con la casa y pensión vitalicia: el acuerdo con Cristiano Ronaldo
- El Real Zaragoza se lanza a por Stefan Lekovic
- Falla la prueba piloto de Volveremos: 'Fue una muy mala experiencia en la que perdimos mucho más que ganamos
- La respuesta de Fabiola Martínez al enterarse de que Gabriela Guillén prepara sus memorias: 'Ay, Dios mío
- Pep Biel, el otro regreso frustrado
- Los cuatro negocios que cierran sus puertas en Puerto Venecia
- ‘Parque Venecia 2’ avanza con el objetivo de levantar sus primeros pisos en 2026
- ¿Quién es Logan Sampedro, el último expulsado de 'Supervivientes All Stars'?