Opinión | Sala de máquinas

Altamiras

El rico patrimonio aragonés se ha engrandecido con la recuperación de un religioso muy singular: el franciscano Raimundo Gómez, nacido en La Almunia en 1709.

Fue este santo y humano varón un ilustrado erudito que firmaba sus escritos con el seudónimo de Juan Altamiras. Firma que en el siglo XVIII, el de las Luces, brillaría gracias a la muy específica sabiduría que el autor vertería en un libro único en su género: Nuevo arte de cocina, publicado en Madrid en 1745, y cuya lectura ganó adeptos hasta convertirse en un best-seller de la época. Era, realmente, un prodigio de anticipación, por cuanto en sus recetas Altamiras utilizaba un lenguaje entretenido y al mismo tiempo culto, destinado a cultivar, educar y seducir a sus lectores. La belleza de la expresión y la originalidad y calidad de sus culinarias alquimias hacen que hoy en día no falten expertos que consideren a Altamiras como un precursor de Arguiñano o de Ferran Adrià, y, desde luego, como el fundador de una nueva cocina española.

Arturo Gastón, periodista especializado, entre otras disciplinas, en la gastronomía y el mundo del vino, ha abanderado el rescate de este personaje, a base de indagar pacientemente en archivos y fuentes, hasta reconstruir su historia. Natural de La Almunia, Raimundo Gómez pasó temporadas en Zaragoza, Alfamén o Cariñena, recorriendo otras muchas localidades zaragozanas en busca de recetas tradicionales que reelaborar bajo sus revolucionarios criterios.

A las distintas actividades ya organizadas en torno a Altamiras hay que añadir el recién editado cómic titulado El enigma de Juan Altamiras. Con guión del propio Gastón, la producción de Raquel Martínez y los dibujos de Josema Carrasco y Marta Martínez, este volumen, maravillosamente editado por Prames, con especial compromiso por parte de su editor, Rafael Yuste, enamora por su originalidad y calidad. En clave de novela negra, sus viñetas nos llevan por la ruta que antaño el propio Altamiras recorriera en busca de nuevos productos naturales con que enriquecer la alimentación de sus contemporáneos, desde la nutrición de los niños hasta una adecuada dieta para los conventos de la época. Al terminar la aventura, un glosario de «técnicas y productos» invita a los actuales chefs a recuperar los platos diseñados por aquel genial franciscano. Un gran trabajo.

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