Opinión | EL ARTÍCULO DEL DÍA

¿Sobreviviría el capitalismo sin la guerra?

Como dijo en los años ochenta el filósofo activista antinuclear Günther Anders: «El capitalismo no produce armas para las guerras, sino guerras para las armas». Las guerras son, ante todo, mercados solventes para la producción armamentística. Así son los caprichos de eso que llamamos «la economía». Naomi Klein en su libro La doctrina del shock, argumenta, tal y como reza su subtítulo, El auge del capitalismo del desastre, que la economía actual ya no funciona a sus anchas más que con guerras o grandes calamidades naturales.

El capitalismo –surgido en Occidente– lleva las guerras en sus entrañas y las exporta por toda la Tierra. Tarde o temprano, el capitalismo conduce a las guerras. Es una de sus herramientas principales. Se podría argumentar que las genera cíclicamente porque es el mecanismo para enfrentarse a las crisis económicas. Con este propósito las guerras tienen cierto grado de «racionalidad»: activan el gran negocio de las armas, abren nuevos mercados, potencian los avances científicos, alimentan la innovación tecnológica y liquidan los obstáculos al progreso. Los pacifistas pecamos de ingenuidad al considerar la guerra como una anormalidad patológica. Si el final de la Gran Crisis de la década de 1930 coincidió con los preparativos de la Segunda Guerra Mundial y si, al final de su gobierno, el presidente de los Estados Unidos Eisenhower denunció la existencia de un impresionante complejo militar industrial, es difícil resistirse a la tentación de asentir que la supervivencia del sistema capitalista depende de que de tanto en tanto haya guerras.

En la medida en que la guerra sirve de fundamento y contenido a la lógica de acumulación del capitalismo, se siguen produciendo nuevas máquinas de guerra, y con ellas nuevos instrumentos, más letales y brutales, que amenazan la extinción de la humanidad entera. Lo sorprendente es que todos los gobiernos con una mezcla de cinismo e hipocresía se declaran pacifistas, como lo expresó ya Giovanni Papini en 1951 en su Libro Negro: «No os dejéis embrollar por las largas eyaculaciones oratorias en las que se repite con sospechosa monotonía, la palabra ‘paz’. Todos los gobiernos quieren la paz, todos los partidos aspiran a la paz, todos los generales y almirantes, sueñan únicamente con la paz. No os fiéis de esas charlatanerías hipócritas. Las oímos ya, casi iguales, en 1914 y 1938, y fueron el preludio de las guerras más horribles y duraderas que han perturbado al mundo. Cuando vuestros jefes políticos y militares hablan demasiado de la paz, se debe temblar de espanto. ¿Sabéis cómo nuestros presidentes y ministros preparan la paz? Fabricando armas cada vez más abundantes y mortíferas, adiestrando cada vez más hombres en el arte de suprimir a sus semejantes. Actúan como el que dijese que el modo más seguro para evitar los incendios es amontonar paja, estopa y petróleo en una fábrica de explosivos y de fuegos artificiales. Todos sabéis que cuando se colocan en conjunto o a poca distancia millones de armas, basta un fósforo, o sea: un malentendido, un pretexto, una chispa de locura, para provocar una conflagración mundial».

Hoy en 2024, además del genocidio en Gaza, así lo califica Francesca Albanese, relatora de Naciones Unidas para Gaza en su informe Anatomía de un genocidio, cuya responsabilidad es de Netanyahu arrojando bombas y de Biden que se las vende, vivimos encima de un auténtico polvorín. Luigi Ferrajoli en su libro Por una Constitución de la Tierra. La humanidad en la encrucijada (2023) nos advierte de 5 emergencias: la climática, la violación de los derechos humanos por regímenes despóticos, la degradación del factor trabajo, el racismo y la xenofobia frente a los inmigrantes, y la guerra. Hoy, en el mundo, hay 13.440 cabezas nucleares (eran 69.940 antes del tratado sobre el desarme de 1987, en poder de nueve países: 6.375 en Rusia, 5.800 en Estados Unidos, 320 en China, 290 en Francia, 215 en Reino Unido, 160 en Pakistán, 150 en la India, 90 en Israel y 40 en Corea del Norte). Es un milagro que alguna de estas cabezas no haya caído en manos de un grupo terrorista, o que, en alguno de los estados que las poseen, no llegue al poder de un loco.

Al inicio he señalado que el capitalismo surgido en Occidente necesita las guerras. Por ello, me parece pertinente de Michael Brenner, profesor de política internacional en la Universidad de Pittsburgh, el ensayo El ajuste de cuentas de Occidente. Habla de la derrota occidental en Ucrania y el genocidio en Palestina. «Lo primero es humillante, lo otro vergonzoso. Sin embargo, no sienten humillación ni vergüenza». Esos sentimientos «les son ajenos» a las élites dominantes por su arrogancia y sus «inseguridades profundamente arraigadas».

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