Opinión | SALA DE MÁQUINAS

Un detective andante

Viajo estos días por Aragón con Luis García Jambrina, quien se ha atrevido a convertir a Miguel de Unamuno en un «detective andante».

Su nueva novela nos ofrece una pintura muy distinta del filósofo. Don Miguel está en su Salamanca natal (la trama sucede en 1905), es rector de su Universidad, todo el mundo lo conoce, respeta, venera, pero cuando un crimen en apariencia insoluble es cometido en los alrededores siente el irreprimible impulso de investigarlo con ayuda del abogado penalista Rivera, una especie de doctor Watson para esa otra especie de Sherlock Holmes, muy español, en que se ha transformado el filósofo mediante la pluma de Jambrina.

En María de Huerva, donde nos reciben su alcalde, Joaquín Calleja, la concejal de Cultura, María Carmona, y la bibliotecaria Nuria Cadena, Jambrina afirmó que Unamuno fue asesinado. No en su novela, sino en la vida real. Dicha muerte ocurrió realmente el 31 de diciembre de 1936; pero, en opinión del escritor, se la provocó un agente falangista. De ser así, Unamuno habría muerto envenenado, cumpliendo un sicario órdenes para quitarlo de en medio tras su enfrentamiento con Millán Astray.

En Tauste, donde la impagable Pilar Fresco nos había organizado otra charla, Jambrina se reafirmó en su tesis del asesinato de Unamuno (expuesta en un libro conjunto con Manuel Menchón), pero abundó en las razones por las que se había decidido a resucitarlo para la ficción en el papel de investigador de crímenes o delitos de difícil solución. Por su innata curiosidad, en primer lugar, facultad que llevaba a Unamuno a preguntarse por todo, a intentar aprenderlo todo, a escribirlo todo, a enseñarlo todo... Por su carácter quijotesco, asimismo, siendo don Miguel en muchos de sus roles trasunto del visionario Quijano. Finalmente, por su amor a la ciencia, a la lógica y a la razón.

¿Y para enamorarse, tal vez? En El primer caso de Unamuno el filósofo cae rendido ante los encantos de una bella anarquista que compite con él en agudeza. Exactamente igual que el gran Sherlock cayó postrado ante la inteligencia de Irene Adler, aquella seductora espía que le derrotó por primera y única vez en su carrera.

Don Quijote, Sherlock, y ahora Unamuno...

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