Opinión | EDITORIAL

Turismo en transformación

Un informe de CaixaBank Research sobre el impacto del cambio climático en el mercado turístico español acaba de confirmar las conclusiones a las que también llegaba hace unas semanas otro estudio similar elaborado por el Banco de España. El incremento de las temperaturas medias (en España, y aún más en otros países del sur del Mediterráneo y Oriente Próximo con quienes competimos directamente) ha tenido hasta el momento un impacto fundamentalmente positivo. Lo que no significa que si el calentamiento sigue superando los márgenes tolerables no vaya a dañar muy seriamente las perspectivas de las comunidades mediterráneos y Canarias, o el turismo blanco. Y en ese camino estamos, como alertan los datos que nos recuerdan que el planeta encadena 12 meses consecutivos de temperaturas récord.

Pero de momento el efecto registrado ha sido un cierto estancamiento del turismo de playa en los meses centrales del verano, una bonanza en los destinos de la cornisa cantábrica y una dispersión de la llegada de visitantes a lo largo de todo el año. Un fenómeno que no se debe solo a circunstancias relacionadas con el clima: el poder de gasto de población jubilada, el incremento del número de adultos sin hijos que condicionen las fechas de vacaciones al calendario escolar e incluso el teletrabajo están convergiendo para que se consiga, a través de unas vías más bien inesperadas hasta hace poco, uno de los objetivos que siempre se había marcado el sector turístico español para garantizar su viabilidad futura: la desestacionalización, el final de la dependencia exclusiva del modelo de sol y playa.

Gran parte del incremento de afluencia de turistas que está haciendo que en 2023, y previsiblemente en 2024, se batan todas las cifras previas a la pandemia, se debe a los incrementos en meses de otoño, primavera o invierno. Esta modificación de las pautas del sector llega justo en un momento en que estos picos de visitantes han hecho que postulados sobre la necesidad de poner límites empiecen a ser asumidos desde instancias que no tienen nada de turismofóbicas: desde el lobi del sector, Exceltur, hasta instancias políticas locales. Hace unos días el alcalde de Palma (PP) se proponía actuar contra un fenómeno como el desplazamiento de la oferta de alquiler residencial por los apartamentos de alquiler turístico y el concejal responsable del Turismo en Barcelona también ha presentado una batería de medidas en los llamados Espacios de Gran Afluencia y recordaba que el turismo crea riqueza pero a partir de cierto grado de saturación además de castigar al local (como se hace patente en las crecientes muestras de rechazo social) tampoco ofrece una experiencia satisfactoria al visitante.

La desestacionalización y la redistribución geográfica serán dos tendencias que ayudarán a seguir haciendo compatible esta necesidad de contener el desbordamiento en determinados lugares y momentos con la de mantener el turismo como generador de riqueza. Y de una oferta de empleo a menudo no cualificado pero que no encontraría salida en ninguno de los sectores económicos que deberían ofrecer alternativas de valor añadido. Aunque quizá no basten para abordar fenómenos como el impacto en el mercado residencial y la oferta comercial en centros urbanos, sobre el que empieza a crecer el consenso de que es un problema a abordar; pero no, ni mucho menos, sobre posibles soluciones.

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