Opinión | SALA DE MÁQUINAS

El juego diabólico

De todos los juegos inventados por los ingleses, el tenis es seguramente el más maquiavélico o diabólico; es decir, el más británico.

Sus reglas, concebidas por una mente perversa, adiestrada en el sufrimiento psíquico, priman no a aquel que juega mejor, más bonito o con mejor técnica, sino al que, en parte por sus méritos, en parte por su habilidad para desquiciar al contrario, acaba sumando los puntos necesarios para ganar.

A pesar de todos los avances tecnológicos, de las nuevas superficies y raquetas, y de la profesionalización de los equipos que acompañan a los campeones, con su entrenador, manager, fisioterapeuta, psicólogo y abogado, en el momento de saltar a la cancha sólo hay un jugador contra otro y una red en medio. A partir de ahí, un sinfín de factores influirán en el marcador, sin que, a poco igualado que esté el partido, sea fácil acertar con los pronósticos.

¿Quién, por ejemplo, le iba a decir a la todopoderosa Arina Sabalenka que en cuartos de final de Roland Garros la iba a apear una niña de diecisiete años, llamada Mirra Andreeva y tutelada por Conchita Martínez? Pero, ante los ojos atónitos de los aficionados, eso ocurrió. Y, sin embargo, al día siguiente, la misma y prodigiosa niña milagro sucumbía estrepitosamente, con lágrimas en los ojos y por completo desquiciada ante otra jugadora, Jasmine Paolini, muy inferior a Sabalenka. O ¿quién iba a decirle a Jannik Sinner en su semifinal contra Carlos Alcaraz que acabaría perdiendo el partido habiéndolo tenido contra las cuerdas?

El tenis, en fin, como el más maquiavélico, diabólico y, no lo olvidemos, británico de los juegos individuales exige un autocontrol por encima de lo común. La lista de grandes genios que echaron a perder sus carreras por mostrar negatividad, debilidad, falta de competitividad, voluntad o espíritu de sacrificio es demasiado larga como para no hacernos pensar que esas cualidades son consustanciales al juego.

A la vida, también, si nos ponemos trascendentales. Pues en la vida, como en el tenis, los golpes pueden ser buenos o malos, favorables o desfavorables. En cualquier caso, hay que jugar.

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