La vi en sesión de cuatro y media de la tarde. La sala estaba casi llena, más personas mayores que jóvenes, más mujeres que hombres, un poco lo mismo de siempre. Apenas sabía nada de la película, que es la forma más hermosa que hay de enfrentarse a una obra ya sea cinematográfica, literaria o artística, sin más información que el nombre del director, el de alguno de los actores y el susurro de unas primeras valoraciones que llegan sin ser leídas y construyen un imaginario que poco o nada tiene que ver con la película en sí.

Las primeras secuencias de El buen patrón ya marcan el tiempo y el tono de una cinta, que tiene en el personaje de Javier Bardem su principal aliado para el éxito: un actor soberbio para un papel soberbio en una película tramada con acierto y excelentes planos en diálogos muy bien perfilados.

Pero no voy a hacer una crítica acerca de la cinta de Fernando León de Aranoa, eso tocará a otros que son expertos en la materia. Sin embargo sí que voy a utilizar el alma de esta película para denunciar el espíritu de una sociedad que perdona los pecados de los poderosos en una sumisión perfectamente retratada en el último y escalofriante plano de El buen patrón.

La sangre se te hiela cuando el poderoso no tiene lágrimas para el dolor ajeno, aunque este haya sido provocado por él mismo, y sus lágrimas lleguen solo ante la satisfacción de su propio éxito, conseguido de forma torticera, vejando y destrozando vidas en las que no piensa y apenas le importan, porque lo único que importa es su éxito y el de las siglas a las que representa y que son la incógnita mal resuelta en la ecuación de la vida.

En nuestra historia reciente y en nuestra historia no tan reciente hay muchos buenos patrones, tipos que hagan lo que hagan se saben al margen de la Justicia y de la Ley, gracias a una bendición que se otorgan ellos mismos y la sociedad la ratifica en un orden de cosas establecidas por jerarquía, que no por justicia.

Las noticias nos asaltan por todos los rincones: reyes que salen de sus países por ladrones y se cobijan en dictaduras que son lesivas y dolientes con los hombres y mujeres a los que consideran súbditos; partidos políticos que usan dinero negro para las cosas de casa; señoras y señores que por poderosos se consideran al margen de la ley, creando sociedades que les permitan no pagar impuestos o pagar lo mínimo… y así hasta el infinito, ese lugar en el que nos encontramos los sumisos que, no contentos con que se nos hayan meado encima y sigan haciéndolo, somos capaces de justificar sus actos con frases como estas: «La política corrompe», «los ídolos son intocables», «fue un gran rey».. Pues no. Simplemente son unos ladrones y unos farsantes que juegan con nuestra inocencia, haciéndonos creer que realmente son «el buen patrón».