Opinión | El triángulo
Un niño solo
Se escucha un rumor de música que retumba sobre todos los silencios y estalla cuando el tiempo se deshace y entonces se abre la puerta del cielo o del infierno y descubres que las máscaras son solo máscaras y que no hay más esperanza que el letargo que producen tantas malas noticias. A veces no existe el mar, solo un lago lleno de fango y donde no hay más vida que la que se respira 'in extremis' y con necesidad de una escafandra. Todo es relativo y no hay verdades absolutas, hay lugares comunes donde descansar, en ocasiones, y en otras proceder a incendiar todas las hogueras, para que las llamas no cesen y no se pueda ver ni el bosque ni la vida.
Nadie recuerda cómo empezó la historia y resulta imposible saber cuándo fue, porque simplemente si pasó, nadie se acuerda y todo acabará pasando y siendo olvidado. La carta llegó sin remite y dicen que se extravió por la ciudad, mientras tú andabas buscando un lugar donde cobijarte del frío y del aire --aquel día llovía y lo hacía con aire--, y aunque buscabas la sonrisa y la complicidad en los pocos transeúntes con los que te ibas cruzando, pronto comprendiste que estabas solo y que si en la carta hubiera figurado el remite ahora sabrías a qué lugar dirigirte. Pero todo había empezado mal, todo había sido un reiterado enunciado de malos propósitos.
Fue un mal propósito menospreciar a la meteorología y lo fue aún más considerar que todo tendría solución, aunque la solución fuera un túnel sin salida y repleto de excrementos. Sentías vértigo y en algún ángulo de tu costado te dolía el corazón y los labios se iban paralizando sin que pudieras pronunciar esa palabra que te hubiera hecho más esclavo.
Sentías vértigo y en algún ángulo de tu costado te dolía el corazón y los labios se iban paralizando sin que pudieras pronunciar esa palabra que te hubiera hecho más esclavo
Corriste, sé que corriste porque sentías miedo y había que llegar a algún lugar lejos de ese rumor de música que retumbaba sobre todos los silencios que habitaban tu cabeza deshabitada en ese instante de cualquier sentimiento.
Luego dejaste de correr y esperaste a que algo sucediera, algo que no tendría que ser ni bueno ni malo, solo algo, y entonces el agua dejó de brotar para que todo pareciese insignificante si se comparaba con la hazaña que habías conquistado al pensar que eras un hombre libre y que no había sabor más amargo que el que se deja entre las sábanas escolares y los días de bullicio y fiesta.
Al día siguiente la carta seguía sin remite y tú estabas hambriento y desesperadamente buscabas una respuesta que nadie te iba a dar, porque todas tus preguntas carecían de respuesta y tu madre, aliada de tu amor, se había quedado seca en aquel barco que, de visado hacia la libertad, se convirtió en ataúd y ruina. Seguía el ruido de parlamentos y más parlamentos sobre muchachos como tú y tú seguías buscando el remite, ahora vacío de sentimientos y de cualquier esperanza.
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