Opinión | EL TRIÁNGULO

Una tregua mental, por favor

¿Cuántas noticias han leído sobre comer más sano, cambiar de deporte porque ese que practican no es el idóneo para su edad o dormir con determinadas prendas que favorecen el sueño? No hablemos de las rutinas skincare imprescindibles para lucir una piel joven, de la forma de afrontar los deberes de los niños o de cocinar el domingo por la tarde durante 6 horas para tener la semana resuelta en cuanto a una alimentación saludable se refiere. Por supuesto, les habrán llegado los anuncios pertinentes de las últimas prendas llegadas a tal o cual tienda que le harán parecer una mujer elegante pero informal, más aún si eligen el estilo coquette. Si quieren tener de qué hablar en el trabajo no pasen por alto las últimas informaciones sobre política y sucesos, secciones que cambiarán por sociedad y cultura si la reunión es una cena con amigos. Si de paso pueden acudir a un par de conciertos al mes, mejor. Que la economía doméstica, ya no solo la cabeza, lo aguante será un milagro.

El bombardeo de informaciones insustanciales y extravagantes unido al interés de ciertos sectores por sugerirnos permanentemente cómo vivir, respirar, alimentarnos y mantenernos sanos está provocando una especie de histeria colectiva. Las redes sociales ayudan a propagar ese deseo de necesidad de mejorar en todas las facetas de la vida y eso conduce, inevitablemente, a un sentimiento de frustración. Si existe algo o alguien que nos recuerda cada día que no tenemos todo bajo control acabaremos por creerle, tenga o no razón. Comienza entonces el conflicto interno.

Es normal sentir que a veces la vida te sobrepasa en algún momento, que falta tiempo para llegar a todo o que podríamos hacer las cosas mucho mejor. Somos humanos. Quién no ha sentido en algún momento agobio, estrés e, incluso, cierta ansiedad. Sin embargo, estos estados naturales han parasitado el cerebro de tantas personas hasta el punto de eclipsar a todos los demás. Nos machacan tan continuamente con ese tipo de ideas que al final es inevitable que nos arrastren al lamento, la decepción y el fracaso. Además, cada vez lo consiguen a edades más tempranas con lo que eso conlleva. Cuanto más jóvenes, menos experiencia, menos autoconocimiento y menos herramientas para manejar situaciones complicadas.

No sabemos hacer abdominales, como para tratar de entender la vida y sus complejidades. Si cuesta varios días comprender por qué no deben juntarse proteínas con hidratos de carbono, imaginen la dificultad de asimilar hasta dónde pueden llegar los efectos de los mensajes agotadores de progreso personal. ¿Alguien puede darle al botón de pausa? No nos vendría mal una tregua.

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