Opinión | EL TRIÁNGULO

Casa Pascualillo

Leo que Casa Pascualillo regresa al Tubo con el sello de calidad de la Senda y me alegro porque las horas en Casa Pascualillo, cuando lo llevaban Guillermo y Teresa, fueron muchas y todas ellas bañadas de anécdotas y buenos recuerdos. En Casa Pascualillo celebramos cosas sobre todo de amigos y la última gran sobremesa que pasé en aquel lugar fue justamente unos días antes de que se produjera el cierre. Estábamos en familia y Guillermo nos contaba que la pandemia se lo había llevado todo y que no tenía ganas de volver a empezar, de tener que luchar y que se sentía cansado y entre risas y copas de vino alocadas Guillermo me regaló un cuadro que lucía detrás de la barra y en el que él posaba vestido de capitán de buque mercante.

Muy pronto llevé a mis hijas a tomar el vermú a Casa Pascualillo –a mi padre había dos cosas que le privaban: tomar el vermú y acercarse a saludar a Guillermo y a Teresa– y ese ritual perduró durante años y se alargó en el tiempo y una vez que mi padre se marchó seguimos acudiendo a Casa Pascualillo, a charlar con nuestros amigos y a alargar las sobremesas para de esa forma intentar confundir al tiempo con los recuerdos de las cosas pasadas.

En aquella última sobremesa recuerdo que a lo largo de una conversación mi madre le habló a Guillermo de una familia de Zaragoza y de su hijo, como doce años menor que mi madre, y al que ella había visto nacer y al que adoraba en el recuerdo de las cosas que son intocables. Guillermo le dijo que aquel hombre vivía al lado y que eran amigos y mi madre le dijo que le gustaría mucho volver a verlo, que hacía muchos años que no se veían y sin dudarlo Guillermo cogió el móvil, marcó un número de teléfono y pasados unos diez minutos aquel hombre, niño adorado por mi madre, estaba allí. Se sentó, se sirvió una copa de vino y mi madre y él empezaron a hablar. Hablaron de la madre de él y de la madre de mi madre, íntimas amigas, y de cómo mi abuela conseguía que su madre fuera siempre la mujer más hermosa y la tarde nos llevó por vericuetos de unas vidas que el resto desconocíamos y con cada nueva historia nos estremecíamos y recuerdo como escuchaban Guillermo y Teresa, porque ellos sabían escuchar de una manera especial, haciéndote protagonista en el corazón de su casa.

Era y es un matrimonio maravilloso que se dejaron la piel por dignificar productos típicamente aragoneses y que eran felices en ese local del Tubo al que tan pronto llegaba una actriz de renombre como ese viejo compañero de luchas que escogía un lugar estratégico en la barra para disfrutar de la vida de los otros.

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